Por: Celia Delgado Teijeiro[1]

[1] Médica psiquiatra, psicoanalista. Socia fundadora y actual presidenta de AMERPI. Ayuntamiento 91, col. Del Carmen, Coyoacán. CP: 04100. Tel-fax:6-59-89-51

Consulta inicial en la que van a quedar planteados muchos datos que, sin embargo, es posible que no vayan a ser reconocidos en todo su valor patógeno, primer paso para una elaboración, sino años después. Lo ejemplificaré con una viñeta:

G, de 15 años y cinco en tratamiento, ha ocupado muchas sesiones en dos temas: lo que se puede construir con material reciclable y los power-rangers.1 Sobre lo primero, insiste en que lo que se re-usa es tan aceptable como lo nuevo. Y de los adolescentes superhéroes dice que para que no sean atacados y sobrevivan tienen que preservar su identidad tras el casco; por ello no quiere verles las caras. Puedo trabajar con ella varias líneas de interpretación, incluyendo la de la presencia ineludible de su género, que ella intenta ocultar, o su gran rechazo a ser diferente de mamá, pero aun así mi sensación es de desconcierto: me parecen núcleos delirantes cuyo fundamento originario no conecto.

En una sesión con los padres, la madre dice cuanto le preocupa que últimamente G diga que no tiene rostro cuando se ve en el espejo. Ella (la madre) piensa que es por miedo a verse distinta, precisamente ahora que G misma insiste para todo en las diferencias y en hacer las cosas por sí misma. Comentan entonces los padres acerca de los robots que ha construido con envases y la madre, sorprendida por la magnitud de su hallazgo interno, cuenta que al hablar con G del rehusó ésta le dijo: “seguro yo no tenía ropa cuando nací” (rehusada), ella (la madre) recordó plenamente el rechazo a ese embarazo y el terminar aceptándolo con la convicción de que tendría un compañero de juegos para su hijo mayor; entonces no hubo ningún preparativo, pues (re)usaría lo del hermano. Nació niña y aún así la madre ignoró el hecho: le tomaba fotos con la misma ropa y en la misma posición que al hermano, con la carita en sombras. Las mostraba a todos presumiendo que eran iguales, como gemelos.

Mientras contaba esto el padre se fue retirando de ella, lo cual aumentó mucho su angustia; pero fue capaz de reclamarle ese alejamiento, con una intensidad que correspondía no al presente sino al que él tuvo cuando G nació. “Quedó a merced de mi locura”, dice esta madre, “porque él nunca estuvo”.

Hasta aquí la viñeta, que cierro con una cita de P. Aulagnier (1998, p. 212): “Al retomar por cuenta propia la tarea del pensamiento delirante primario, el discurso delirante intenta dar sentido a una violencia cometida por el portavoz a expensas de un Yo que carecía de los medios de defensa adecuados”.

Y para cerrar con García Márquez. Es así que la bella Remedios, de padre asesinado antes de que ella naciera y madre harto silenciosa, de ancestros paternos rondando de cerca la locura y maternos no conocibles y portando el nombre de otra muerta mitificada, metida en su propio y poco convencional mundo, me hace pensar en los niños como G, en quienes la “potencialidad psicótica” (Aulagnier) se remonta muy atrás generacionalmente y puede surgir clínicamente a partir del lugar fantasmástico que vienen a ocupar, particularmente cuando este se teje alrededor de la muerte y de la suplantación del otro.

Así como también en las dificultades diagnósticas y de diagnóstico diferencial: ¿qué tiene? ¿es loca o retrasada? Son preguntas que oímos constantemente en la clínica, preguntas que dentro del tratamiento de un mismo paciente va a ser formuladas una y otra vez, porque “La Respuesta” no existe, sino una reconstrucción, que generalmente toma muchos años, que paulatinamente va dando cuenta del sentido de ese niño síntoma y favoreciendo que deje de serlo y (re) tome su lugar de sujeto. Proceso, lo sabemos, muy difícil, puesto que en esta recreación se juegan otras locuras a desenmascarar.

Y esto conduce a una reflexión acerca de los vínculos, tanto el parental como el terapéutico:

Santa Sofía de la Piedad, madre al servicio, capaz de cuidados pero sin palabra que transmita una ley. Además está sola, el padre ha muerto. Desde la clínica se antojaría retirarla del lugar sacrificial explícito en su nombre y dejarla en el de sofía-sabiduría.

Y Aureliano, seguro de que Remedios piensa y sabe, apuesta a ello y aguanta mucho tiempo hasta que ella quiera mostrarlo… sabe que veinte años de guerra implican experiencias alrededor de la muerte que hieren profundamente, sino es que la aniquilan, a la vida psíquica; y que regresar de ellos no puede ser sino paso a paso.

Una buena parte de los niños que llegan a tratamiento, junto a su intrincada historia de vida, suelen acarrear un expediente tan grande y fragmentado como ellos mismos: consultas, exámenes médicos, listas diagnósticas de manual, recetas de psicofármacos, reportes escolares, quejas y bajas, rebotes de especialistas y mil cosas más que ni siquiera se pueden armar como rompecabezas. Pareciera que la no integración del niño psicótico se trasminara a los especialistas y ellos trataran de sacudírsela, generándose un círculo laberíntico del cual es muy difícil salir.

Y tanto los niños como sus familias llegan agotados y escépticos a intentar una vez más, a volver a contar. Y es en este recuento en donde quizás podamos romper la repetición: utilizar el conocimiento de la psicopatología aunado al modelo de escucha que propone el psicoanálisis, como piedra angular del tratamiento. Conocimiento que nos ubique en la clínica. Escucha que sea integradora de, por y para el sujeto, y que debe extenderse a la familia, la escuela, la medicina.

Que a su vez, no haga del sujeto un estandarte y olvide los contenidos. Escucha, entonces, que se complementa con una revisión constante de los métodos y los lugares terapéuticos y educativos.

Considero que brindar tratamiento de los niños psicóticos y con otros trastornos graves implica estar convencido de que toda construcción subjetiva es un proceso que va a continuar, más allá de las vicisitudes sintomáticas intra e interpersonales; pero también de que es un largo proceso que no puede ser forzado por un otro, sea cual sea su denominación profesional.

Bibliografía

Aulagnier, P. La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1988.

García Márquez, G. Cien años de soledad, Diana, México, 1986.