Por: Dr. Juan Carlos Plá.

Que el tiempo es breve, me recordaron, me advirtieron.

Algo de particular de la vida, o de lo particular de la vida de cada quien, como lo puesto en juego.

  1. Del destino y del destinar. Sobre la época y la locura y
  2. Una clínica psicoanalítica de las psicosis; con nuestra práctica: con nosotros mismos.

Hoy se habló y se hablaba cuando Araceli presentó el caso de Rosa Carmen, sobre el tema de la diferencia.

Repetición y diferencia son temas centrales del pensamiento, son absolutamente capitales en cuanto al psicoanálisis se refiere.

Una transferencia, un trabajo en la transferencia, un análisis, implica la apuesta de que algo comienza o quizás, para ser más preciso, que no está descartado que algo comience, que tal vez se vaya abriendo posibilidades para un comienzo o un recomienzo.

Seguidores y comenzantes, arrojados y presos en la trama, en la malla de los otros, así vivimos, así seguimos, así nos vamos.

Quisiera, ojalá se pueda, transmitir algo de la particularidad del psicoanálisis y por qué el psicoanálisis es portador de una palabra y de una experiencia singular y diferente. Singular y diferente siempre en posibilidad de rebrotar como cosa nueva y también siempre en posibilidad de desaparecer. El psicoanálisis siempre está amenazado y no faltan quienes a cada rato pronostican su pronta desaparición.

El psicoanálisis sólo puede entenderse, por un lado, en continuación y diferencia con una tradición judeo-cristiana, y en continuación y diferencia con un horizonte científico.

¿Cómo surge un invento, cómo se inventa un método? Y eso es absolutamente capital para definir el psicoanálisis inventado por Freud como un método, de escuchar y de trabajo; y un método que parte, se puede decir, de dos premisas

(1) Esta conferencia aparece en el volumen VII (1994) de la Revista de Amerpi: «Producciones simbólicas en las psicosis infantiles y el retardo mental» (La digitalización fue realizada por María José Torreblanca)

Una, no hay experiencia subjetiva que sea completamente ajena a la locura; el sujeto que habla, el sujeto que desea, el sujeto que engendra, siempre tiene una conexión decisiva con la locura, con su locura. El psicoanálisis implica una apuesta por la singularidad, de ahí que el tema de la diferencia sea esencialmente capital. El deseo del analista, la apuesta del analista, es la apuesta por la singularidad de cada quien; el sujeto que repite y se diferencia en el hablar es un sujeto, además incanjeable, único, insustituible, no intercambiable. Nos debe una palabra, le debemos una palabra y una escucha. Cada palabra, cada sujeto, tiene una dimensión de imprescindible.

Todo esto se continúa con y se diferencia de un discurso religioso, pero es un discurso a contracorriente de la evolución cultural actual predominante; tan es así, que en los últimos veintitantos años la evolución de la psiquiatría, marcadamente, es a un criterio estadístico, de síntomas, y no a escuchar con el síntoma a alguien que sufre y habla a medias y grita y llama, de una manera particular, a descifrar.

Cura de la palabra, cura por la palabra¸ así nace el psicoanálisis, y tal vez es mejor designación ésta que la tan equívoca de psicoanálisis, equivoca por lo de psique, equívoca por lo de análisis. Y esa invención es inseparable de una experiencia de varios en la locura: la locura es siempre asunto de varios, de varios en la sincronía y de varias generaciones.

De alguna manera en esa circulación de Freud, Fliess, Breuer, Emma Ekstein llamada Irma, se engendró un método y un experiencia. Y fueron las pacientes que a Breuer y a Freud les indicaron el camino y les enseñaron qué debían escuchar, qué debían hablar de ellas; y Breuer y Freud debían escuchar qué más ganaban con callarse y oír lo que sólo ellas sabían, o mejor dicho: que sólo a través de ellas se podía producir el saber de lo que pasaba.

El psicoanálisis implica entonces, en primer lugar, escuchar a pacientes que en su mayoría son mujeres, mujeres histéricas o delirantes que enseñan hablando con su sufrimiento. Es un particular y singular elogio de la locura éste que implica la aventura de psicoanálisis.

Lacan, más tarde, aprenderá en particular de una paciente, una mujer paranoica que había pasado al acto bajo una forma de intento de asesinato.

Lacan ha hecho un salto cualitativo muy fundamental, que estaba implícito en la práctica freudiana pero que aparece con él desplegado, y es que el sujeto del deseo inconsciente tiene que ver con el sujeto que habla, que habla cifradamente por el síntoma, por formaciones de compromiso, y no con el sujeto del conocimiento. Que en cada síntoma, algo habla de alguien con otros o hablan otros a través de alguien: y que ese trabajo largo de desciframiento es absolutamente imprescindible desde el punto de vista del hombre, y que ese trabajo implica al hombre quitarle mayúscula también, desprenderlo de su narcisismo para que otra cosa hable.

Ha sido dicho por diversos autores, entre ellos mi querido amigo Jean Allouch, que hay entre la transferencia, entre la situación transferencial y la locura una común estructura y hay también sus diferencias.

Abrir la posibilidad al habla, que alguien hable sin interdicciones es experiencia de la libertad pero también del horror, del terror, de la angustia y de la nueva posibilidad. Implica todo un trabajo con la creencia. Un psicoanalista ¿cree en el inconsistente? ¿cree en Freud? Un paciente que demanda análisis ¿cree en el psicoanalista? De alguna manera sí y están en juego, pero el juego es un juego para poder jugar libre de creencias, también.

Creer en el otro, que no está lejano sino muy cerca de creer en el ideal y aún de creer en dios o en los dioses, implica también alienarse y sujetarse al deseo de ese otro: no deseo otra cosa que ese otro me desee; esta apertura de la palabra implica, (y lo digo con términos de Lacan, se podría decir con otros) suponer que en algún otro lado que no soy yo y que me incluye y que tal vez sea el lenguaje mismo, pero que está mediatizado por ese otro que aquí conmigo está a quien le hablo, que allí hay un saber acerca de mi destino, allí hay un saber de lo que no sé; es una experiencia de búsqueda de ese saber que es inseparable del pedido de amor, entre el amor y el deseo, entre el amor y el odio y el deseo, capitalmente la experiencia de la palabra en el análisis; por eso vértigos y tormentas.

Y si dependo totalmente en algún lado del deseo del otro, si a él le adjudico un saber acerca de mi destino, eso no está tan lejos de que el otro me persiga, de que el otro sea mi perseguidor y que sea mi perseguidor tampoco excluye mi amor.

Nietzsche decía así:  amor  fati,, decía amor a mi destino, amor a mi suerte, mi último amor, pero antes del amor a las furias.  Las furias, diosas maternas vengadoras que persiguen al sujeto porque saben que merece el castigo, porque saben que ha transgredido, porque saben que hay en él un lugar de secreto goce que ha infringido toda ley; esas furias también, dice Nietzsche, podemos llamarlas  las Gracias, o las madres.

Y se constituye el sujeto amando, deseando, odiando, también en un cuerpo a cuerpo, en cuerpos que hablan o se hablan, así nacemos como sujetos.

El delirante imagina que atestigua una experiencia en que el otro, en el otro lo toman por. . . (…). Se puede completar la frase de distintas maneras y esa revelación necesita de testigos, de otros semejantes que atestigüen que efectivamente se toma por . . . Soy otro.

La experiencia de la transferencia, dice Lacan, comienza en el analista, es una experiencia de deseo del analista, quien abre las puertas a la palabra y a la locura; que la locura es una experiencia esencial del hombre, que no hay otra posibilidad de serlo más que a través de un pasaje de la locura, no hay otro que, tal vez, como el psicoanalista, para representarlo. El psicoanalista, como el delirante, en algún lado cree. Y cree que en lo que el otro habla, y siempre que hable con toda libertad, va a aparecer un saber, el saber íntimo de lo que al otro le pasa, que es también en algún lado, el saber íntimo que a mí me toca. Decía Nietzsche: abomino de quienes escriben o leen con la sangre ajena.  Justamente, nosotros somos doctores imposibilitados de esa traición, podremos cometer otras, solemos cometer otras, pero de todas maneras, si contamos como analistas es porque el otro al hablar habla con su sangre, pero también con la mía, y si no, silencio.

Es complejo, tendría quizá demasiado para conversar.

***

Un pasaje un poco abrupto que me puede permitir Nietzsche, podemos decir en muchos sentidos, como los póstumos o los que venimos después de la civilización judeo-cristiana: dios ha muerto;  primero los dioses del destino y el dios del destino, el dios del génesis de alguna manera aparece muerto, dios encarnado en el hombre, que como Cristo también representa o grafica esa muerte de dios, muerte y resurrección en la creencia cristiana; pero esa muerte, podemos aproximarnos a ella de otra manera, señalándola como que tal vez los contemporáneos todos, tal vez siempre fue así pero nunca más claro, nacemos con un cadáver adentro, con el cadáver de los ideales. Tal vez muchas de las cosas que pasan contemporáneamente, muchos de los extravíos contemporáneos, tienen que ver con ese cadáver, ese cadáver que impone mandamientos pero que no deja de estar muerto. Dice Nietzsche en el “Gay Saber” , parecería que al hombre contemporáneo le queda una alternativa: o suprimirse o suprimir sus ideales, y en las dos lo espera el nihilismo, lo espera la nada, lo espera la destrucción.

Nietzsche, hablando del estado en el “Zaratustra”, dice algo muy capital, que creo que puede referirse al padre funcionando como amo. Es decir, el padre en tanto que amo padece una confusión de lenguas del bien y del mal; y un trabajo de revisión, de recreación tal vez, pero también desarmado extraordinario del ideal en tanto que muerto imponiéndose, es ver justamente un cuestionar la figura del padre, del padre en tanto que amo, el padre que se cree padre, legislador, dueño y que en realidad es también un payaso atravesado por contradicciones que impone y que no sabe lo que quiere; es también, en última instancia, otro niño perdido.

Ese trabajo es muy difícil. La neurosis puede ser entendida de distintas maneras, pero una muy rica es como las distintas formas de salvar al padre, de protegerlo, de quitarlo de la ruina de mantenerlo como muerto, sí, pero como ideal. El psicótico ¡pobre! Que al mismo tiempo es una posibilidad distinta, se encuentra con algo que no tiene salvación y son ruinas de las que aparentemente no hay posibilidad de palabra ni de lugar, que hay otros para enloquecer juntos, pero ¿dónde el tercero para que algo con esas ruinas se enfrente?

Hay un canto muy hermoso en el “Zaratustra” que se llama “los Siete Sellos” donde aparece Zaratustra Nietzsche en un tempo en ruinas, sentado en el suelo como la hierba o como una roja amapola, un agujero en el techo, el cielo lo mira, mira el cielo, puede jugar con el mundo, identificado con la hierba, con la amapola. Hay en ese mismo “Zaratustra” un capítulo que se llama de “las Tres Transformaciones”: primera, transformación del espíritu en camello, es decir, el que carga con las veneraciones, el que obedece al “tú debes”, dirá Nietzsche, y dirán muchos otros que sin veneraciones tampoco se puede nacer, tampoco se puede comenzar. Segundo momento, el camello se transforma en león, es decir el “yo quiero”, el “no a los ideales y palabras impuestas”, riesgo de la destrucción y la locura.

Al dirigir el ocaso y la muerte  pasar al otro lado de la posibilidad, el tercer momento; y ese otro lado está representado por la transformación del león en el niño, en el niño que juega, en la referencia a Heráclito y el niño que juega con el mundo o el juego del mundo con el niño, un juego más allá del narcisismo, un juego donde importa el juego, donde el ideal, si lo hubiera sería que el juego se jugara solo, con el niño adentro.

No hay tránsito por la transferencia que no implique violencia y delirio, sin este tránsito no hay posibilidad de cambio, pero el cambio no está garantizado, con el delirio sólo no alcanza para el cambio, se requiere también de una intervención otra y de ahí el lugar del analista.

Ese niño que juega, tal vez idealmente, ha podido dejar al margen la solemnidad, la solemnidad narcisista. El pasado en psicoanálisis no es meramente rememoración longitudinal de lo que ocurrió, el pasado se da en la sincronía de la palabra cada vez en lo que se repite y se diferencia ahora. Es a posteriori que aparece siempre el pasado en psicoanálisis, y hay allí bajo esta vuelta, una aproximación del psicoanálisis con Nietzsche, es decir, una nueva temporalidad.

Y es curioso, parecería que las cosas más inservibles, como la palabra, las orejas, los botes a remo, son quizás de las cosas que pueden traer algo nuevo, ¿estamos hablando de vuelta de un evangelio, una promesa, una buena nueva? Quizás.

Nietzsche decía: la redención, la redención del espíritu de venganza; y la venganza tiene que ver contra el odio al pasado, a lo que nos determina, y llegar a saber que en ese pasado que revivimos y construimos y reconstruimos, también hay un algo de nosotros que no queremos largar, ni aflojar, ni entregar, ni renunciar, que implica un goce extremo ligado al más allá de la ley, y que una cierta renuncia a este aferramiento particular abre la posibilidad de un pasado, presente, futuro, diferente.

Más allá de las trampas del amor, el deseo; con el deseo y a partir de él y del juego, un inventar un juego que incluye al “tú debes” y al “yo quiero”; y a pesar de todo juego y me juega. Bueno, tal vez sea una apuesta del psicoanálisis, tal vez muy loca, tal vez muy cargada de imposible, pero ¿quién dice que a lo mejor no siga siendo posible?

Bueno, por hoy queridos amigos…

*  Esta conferencia aparece en el volumen VII (1994) de la Revista de Amerpi: Producciones simbólicas en las psicosis infantiles y el retardo mental (La digitalización fue realizada por María José Torreblanca).