«Sofía, un acto de rebeldía acompañado. Cuando el diagnóstico sepulta la constitución subjetiva»
por Israel Chávez Prado*

Así llega Sofía a su primera evaluación, 8 años y medio después de aquel diagnóstico, evaluación que corre a cargo de la psicomotricista. Se le ve venir cargando una gran mochila llena de libretas con ejercicios de repetición, no existe nada propio en esos cuadernos, un cuerpo encorvado por tanta carga de tantos otros encima de ella. En el proceso de evaluación surgen otras preguntas: ¿realmente se trata de un problema de aprendizaje o es un fracaso escolar?, ¿es momento de iniciar el aprendizaje que por 5 años no ha adquirido en la escuela donde está integrada?, ¿quién es Sofía detrás de ese coraje que se ve plasmado al momento de estar frente a una hoja en blanco con lápiz en mano? ¿Qué deseo se esconde detrás de los rayones hechos con fuerza? ¿Qué es lo que no quiere o no puede mirar con esos ojos que atraviesan el cuerpo del otro como si no existiera? Ante estas preguntas y tras discutirlo en la supervisión del equipo se decide que inicie un tratamiento psicoterapéutico, justo ahí en ese espacio que oferta otra cosa, una escucha y una mirada que suponen un sujeto de deseo, espacio en donde ella irá apropiándose de su tiempo, su espacio, su cuerpo, su palabra y su deseo.

¿Por qué no nos dice nada un diagnóstico basado en la observación de síntomas? Porque nosotros pensamos que el sujeto es un devenir, es un proceso, una constitución, como dice Elsa Coriat: “el sujeto no es de una vez y para siempre…” ante cada acontecimiento el sujeto se modifica y modifica su entorno, crea, se vincula y sorprende.

Visto así, desde nuestra clínica, el diagnóstico tiende a ser un siendo, una construcción a la cual nos lleva el mismo sujeto, haciéndose preguntas y preguntándonos, es movimiento, es inquietud, es algo por lo que se pasa o se tiene, no se es un diagnóstico que define al ser, es decir, en este caso, probablemente Sofía tuvo una encefalopatía pero no es toda ella una encefalopatía, del tener al ser existe una gran brecha que en el mejor de los casos, cuando uno presta oídos al sujeto y no a su padecimiento, se logra generar un espacio de devenir. ¿Acaso no es menester del psicoanálisis ir más allá del síntoma?

Retomo a Elsa Coriat en su libro El psicoanálisis en la clínica de niños pequeños con grandes problemas nos dice: “El proceso diagnóstico se juega en cada movimiento clínico, en cada nuevo encuentro con cada profesional interviniente. Es cierto que el primero, el primer impacto, es especialmente importante porque muchas veces diseña las líneas de fractura, pero también es cierto que, generalmente, el que pasa a adquirir mayor importancia es el que rediseña el efecto de la primera información, ubicándose como primer paso de un tratamiento posterior.”

En las primeras sesiones Sofía sólo emite gruñidos, no me mira, pareciera que el tiempo y el espacio no tienen significado para ella, su cuerpo esta encorvado y arrastra los pies al caminar, toma los objetos pero no juega con ellos, únicamente le llama la atención una pelota grande en la cual se monta y empieza a rebotar en ella, su mirada se pierde en la nada, su cuerpo se fusiona con el objeto y el movimiento, babea, ante tal escena, yo que estaba sentado frente a ella en un sillón, comienzo a brincar a rebotar como si estuviera sobre otra gran pelota, ella se detiene y me mira, me dice con su escaso lenguaje: “tú no, tu no pelota”, yo le contesto: “no importa, me la imagino”, ella se enoja y me dice “Chucky malo”.

Le doy la bienvenida a Chucky malo, a partir de entonces este tercero entra en escena, si Sofía se enoja pone su enojo en Chucky, entonces es él el enojado. Lo encerramos en el baño, lo castiga la mamá, lo regaña la maestra, Sofía lo mata en ocasiones, a veces yo soy Chucky, a veces Chucky es de manera inmaterial, pero siempre está enojado.

Las entrevistas con la escuela vía la psicóloga, nos habla de un pasaje sin sentido ni en el aprendizaje ni en la integración social. Cambios constantes de maestras de apoyo y en cada cambio se volvía sobre lo mismo, se retornaba una y otra vez a la repetición. Si Sofía aparecía en la escuela era en el lugar de la que no habla, no escucha y sólo golpea, la que roba cosas de los compañeros, pero que para ellos eso no decía nada, nuevamente aparece el asunto de: le falta madurar; sin embargo, este golpear y gruñir es un decir, algo se estaba revelando, era su manera de estar.

En estos momentos yo me preguntaba qué hacer, si bien el juego comenzaba a hacer su aparición, también el tiempo cronológico hacía lo propio, es decir, transcurría. Me preguntaba si no era necesario un trabajo desde la psicomotricidad, porque si bien no había rastros de una ataxia, sí tenía disarmonía en su cuerpo, también me preguntaba si era necesario un trabajo desde el aprendizaje, no tenía respuestas, pero me hago cargo de mi angustia, me coloco en el lugar del que no logra escuchar, generó la pausa.

En una sesión pongo hojas en blanco y colores, trato de provocar, Sofía los toma y escribe su nombre, yo intervengo y le digo: “ah, aparece Sofía”, acto seguido, toma un color con toda la fuerza de su mano, con todo el coraje que su silencio aportaba y lo tacha, lo raya, lo oculta. Toma otra hoja y hace lo mismo sólo que ahora agrega mamá, vuelve a tacharlo, yo, tomo estos trazos y lo pego en la pared y le digo: “ahí está Sofía”.

Sesiones posteriores coloco igual hojas y plumones de agua, ella toma una hoja y yo hago lo mismo, comienzo a hacer un árbol, ella me raya una uña, yo me rio y le digo: “vamos píntame las uñas”, ella sonríe y lo hace, intento hacer lo mismo pero no era el momento, no lo permite, fue así que llegamos a pintarnos más adelante las uñas, ella dibuja una estrella en mi mano y yo le digo: “yo no sé hacer estrellas”, ella me enseña y esa estrella se convirtió en su firma en las posteriores producciones.

Al dejar correr las preguntas, al facilitar que Sofía hiciera aparecer sus producciones a su tiempo, permitieron que ella guiara el diagnóstico. Ahora tenía más sentido mis cuestionamientos referentes al aprendizaje, no desde mi angustia si no, desde la posición de ella, ya que después de esas escenas en donde hicimos inscripciones significativas en nuestros cuerpos, Sofía comenzó a tratar de escribir, gráficos que aún no entraban en los símbolos autorizados para comunicarse con el otro. Símbolos que yo traducía, a manera de la traducción de su deseo y del mío, varias ocasiones los traduje, hasta que un día deje de hacerlo y le preguntaba qué quería decir, introduzco aquí el conflicto, y, sin embargo, ella ya tenía una firma, la estrella.

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*Lic. Israel Chávez Prado.
Trabajo presentado en las Jornadas clínicas de AMERPI en octubre del 2014.
Miembro fundador de Redes, equipo interdisciplinario en atención a los problemas en el desarrollo.
Coordinador Clínico de Redes.
e-mail: rael130677@hotmail.com