Esperanza Pérez de Plá*

Hay una gran preocupación, un fantasma que el autor quiere desterrar a través de su escrito, el de las consideraciones en bloque, de la falta de atención personalizada que producen ciertas afirmaciones y de la masificación que nos llega con las etiquetas que en el caso de retraso mental suele ser verdaderamente lapidaria: pronósticos de incompetencia irremediable e incurabilidad sin discusión, con la consecuente dependencia vitalicia.

O sea juicios estereotipados que hay que descartar totalmente para pensar en cada persona en particular. Estamos de acuerdo.

¿Pero por qué luego de tantos pasos adelante, necesita para ahuyentar dicho fantasma desechar todo lo especifico del nivel psíquico de estas personas, con lo cual es como que tira el agua del baño con el bebé dentro? Dice (p. 2): “La mayoría de los mentalmente retrasados no difieren cualitativamente de los no retrasados. “ He ahí una falacia y otra vez el tema que revisamos con Araceli en las últimas Jornadas de Teseo , de las diferencias, sentidas como algo aborrecido y nocivo. Señala que “algunos niños que están en clases especiales para retrasados mentales funcionan mejor intelectual, académica y socialmente que algunos niños de las clases regulares que nunca han sido clasificados como retrasados mentales.” Y que “Muchas personas que llevan la etiqueta de retraso mental pueden como adultos llevar una vida independiente y productiva, mientras que muchas otras “normales” son incapaces de conservar un empleo.”

¿Qué demuestra esto además de los posibles errores de diagnóstico y la injusticia de los prejuicios respecto de los discapacitados intelectuales? Que también los criterios adaptativos más usuales tienen puntos de indudable debilidad a la hora de aplicarlos en la clínica y que las etiquetas son malas. Pero no demuestra de ningún modo la inexistencia de una organización psíquica particular.

Este libro debe ser pensado evidentemente en su contexto, veinte años atrás, cuando se estaban sembrando aún las simientes de los progresos que a dos décadas de distancia vemos florecer. Es un libro que lucha para obtener la actual integración de los retrasados en escuelas, empleos, diversiones y quizás por eso insiste en la no existencia de diferencias cualitativas entre retrasados y normales que los segrega injustamente, etc. Plantea como aporte, quizás para muchos novedosa, la existencia de un continuo entre normalidad y patología, en el cual se ubica el retardo, por lo cual la frontera entre retrasados y no retrasados resulta totalmente arbitraria.

Coincidimos en este enfoque, porque es ésta, la del continuo entre normalidad y patología, la postura central del psicoanálisis desde hace cien años a la que nos mantenemos fieles en nuestro trabajo. Postura que fue agriamente criticada por la psiquiatría que requiere precisión diagnostica para actuar. Ella no impide a los psicoanalistas buscar, identificar y luego ajustar las acciones terapéuticas a cada estructura psíquica descriptiva desde sus principios. Porque la existencia de un continuo en absoluto impide las agrupaciones que ordenan nuestro pensamiento y nuestra praxis. Continuidad no es anulación de las diferencias. Pero el Dr. Ingalls nada sabe de lo que aporta el psicoanálisis que sólo considera teóricamente en su libro; sólo lo reconoce como una psicoterapia en desuso en su medio y en su época, sustituida por una babel de psicoterapias, aplicadas escasamente con los retrasados mentales. (p. 262-4 y 267)

Volvamos a preguntarnos qué quiere decir con esta afirmación que llama su “tesis fundamental” y veamos cuales son las palabras centrales de ella. Quiero resaltar la expresión psicología especifica. Antes citada y más adelante su búsqueda de algo exclusivo del retraso mental. Veamos lo que también afirma en el prefacio. Dice: “a pesar de la extensa investigación que se ha efectuado, no se ha descubierto ninguna característica o deficiencia de aprendizaje que se puede calificar como exclusiva de sus procesos mentales y hasta ahora no se ha demostrado que existan técnicas educativas que funcionen mejor con niños retrasados que con niños “normales”.

¿Perciben ustedes las fallas de su razonamiento? En primer lugar, por qué definir todo en términos de aprendizaje y educación. El psicoanálisis y en partículas nuestra postura en esta investigación trata de ver más allá y alcanza a descubrir estructuras de funcionamiento que no se relacionan solamente con lo intelectual. Las afirmaciones del autor son más bien basadas en aspectos conductuales e ignoran las particularidades inconscientes y sus consecuencias en el funcionamiento psíquico. Además, la fantasía de descubrir algo exclusivo se opone a sus propias propuestas de erradicar las etiquetas. (Dice justificándose, que el hecho de escribir un libro de retardo mental apoya la idea de las diferencias, pero en definitiva él también necesita escribir un libro porque, reconoce al final, no se trata tampoco de decidir que los retardados mentales no difieren en nada de todos los demás, sólo se trata de no segregarlos ni estigmatizarlos)

Y le contesto retomando lo central de nuestra postura: nuestra búsqueda no se detiene en la “psicología”, o sea en la conciencia y sus derivados, sino que intenta llegar a lo inconsciente, a la metapsicología, a las peculiaridades de la posición subjetiva y a las escrituras tal como se las plantea el psicoanálisis.

Otra frase muy llamativa tomada del capítulo sobre diagnostico dice (p. 59): “Como el retraso mental se define en términos de conducta, el único que puede hacer un diagnóstico técnicamente adecuado es el psicólogo”. Y me pregunto ¿Se define el retrato mental sólo en términos de conducta? ¿El único capacitado es un psicólogo que hace test? Lo tomaré más adelante a propósito de las clasificaciones psiquiátricas.