Duelo, reafirmación de la pérdida

Al principio de este escrito recalcaba la importancia del artículo de Freud Duelo y melancolía, un texto que nos problematiza sobre los movimientos subjetivos provocados por las pérdidas que la vida conlleva, pero ¿qué podemos tomar de esta temática para apoyarnos a pensar en lo que pudo pasar antes y después de la llegada de Jesús a mi consulta?, comencemos con sólo una pizca de lo mucho que Freud nos invita a pensar:

“El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda la libido de sus enlaces con ese objeto (…) Pero la orden que esta imparte (la realidad) no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico.”[1] 

A partir de la pérdida del objeto, el mundo comienza a imponerle al sujeto que el objeto ya no está en la realidad fáctica, en la realidad de lo “real verdadero”, se ha ido, y a partir de ahí el sujeto que siente y resiente la pérdida comienza a lidiar con ese examen de realidad.

Aquí el sujeto que perdió a su objeto se vuelve enlutado y “El enlutado está en dificultades, tironeado entre el deseo y la realidad, entre sostener con su vida su objeto de amor, o renunciar a él y buscar una sustitución posible”[2]. Estamos en el punto más fecundo del sentimiento de duelo, esa lucha interna ente la aceptación de la pérdida en la realidad fáctica y del sostenimiento del objeto en la realidad psíquica.

Antes de que el trabajo de duelo se lleve a cabo, a mi parecer se debe pasar por el sentimiento de duelo, que sería ese punto crucial donde el enlutado empieza a cuestionarse con el dolor y el extrañamiento por un lado y el examen de realidad por el otro qué hacer con esa pérdida del objeto, si soltarlo o mantenerlo; “la realidad es puesta a prueba, el examen de realidad da su veredicto, que no convence al enlutado a quien se le aparece su ser querido y que lo sigue manteniendo con vida en su realidad psíquica”.[3]

No todo el que sufre una pérdida o está de duelo pasa ser enlutado, pareciera ser éste último el destino más esperado o de mejor cauce para la elaboración del duelo, al llegar a ser enlutado y permitirse vivir el sentimiento de duelo se puede llegar acatar el examen de realidad, por más cruel y doloroso que sea. Asumir ese “ya no está conmigo” que el mundo impone abre la pauta para comenzar con otro momento no menos doloroso y ni de menos esfuerzo, lo llamaremos trabajo de duelo.

Entonces encontramos que el trabajo de duelo consiste en retirar (resignar) la libido de las imágenes, recuerdos, enlaces, etc., que liguen al Yo del enlutado con el objeto que el mundo nos dice “que ya no está”, para depositar nuevamente interés en el mundo que se ha hecho pobre y vacío para el Yo enlutado. Trabajo costoso y doloroso en varios sentidos para el sujeto, precisamente porque como nos lo menciona Freud en otro apartado de su obra dedicada a la muerte y a lo que perdemos con los que perdemos:

“Entonces debía hacer en su dolor (el hombre primordial y nosotros mismos) la experiencia de que uno mismo puede fenecer, y todo su ser se sublevaba contra la admisión de ello; es que cada uno de esos seres queridos era un fragmento de su propio yo, de su amado yo.”[4]

De ahí lo impensado o inconsciente que es para todos nosotros tener en claro lo que perdemos con los que perdemos, porque precisamente es impactante y dolorosa la idea de que es una parte de nuestro yo la que también muere con el objeto.

Si prevalece el acatamiento de la realidad ante la pérdida del objeto de amor “emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni cuando su sustituto ya asoma”[5]. Al contrario de lo que ocurre en la melancolía (la cual no abordaré en este escrito) el trabajo de duelo se echa a andar paso a paso, pieza por pieza, duela lo que duela.

Aunque el trabajo de duelo propiamente dicho ya había comenzado con el examen de realidad, podríamos hacer un esfuerzo por encontrar su punto más fecundo de despliegue, y este sería precisamente el de la retiro de la vestimenta libidinal que empañaba a la representación del objeto de amor y sus recuerdos, pero no es tan fácil como se lee, aquí entra el verdadero trabajo, el de lidiar con la permanencia del objeto en el psiquismo, esto provoca que “Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido”.[6]

El trabajo que consta de un proceso considerable de tiempo, dolor y esfuerzo, que se ejecuta pieza por pieza y pedazo por pedazo como lo describíamos anteriormente, es necesario en primer lugar para que el Yo recupere fuerzas, recupere el interés por el mundo que se perdió con el objeto, ya que “En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío”[7].

Para Freud “El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual modo todas energías del yo”[8], por ello aunque el trabajo de duelo vaya por buen cauce por decirlo así, eso implica para el yo un esfuerzo energético muy importante, él no quiere perder nada, pero debe lidiar con el examen de realidad que le impone otra cosa, trata de retener al objeto, y para poder salir del conflicto que se le presenta “el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado”[9].

Se ha producido entonces hacia el final del trabajo de duelo (si tuviéramos que pensar que algún día termina) una segunda pérdida, es decir la del objeto también para el psiquismo, no en un sentido de borrarlo como cuando se borra algo de la papelera en una computadora, sino de concebir su muerte psíquicamente hablando, así el sujeto se atreve a matar al muerto, pasa a la posición de duelista, “el enlutado en una primera etapa, mantiene con vida al muerto en una suerte de existencia psíquica; en cambio, en una etapa posterior, el duelista se arriesga a dejarlo caer, y a esa muerte agrega una segunda muerte”[10].

El trabajo de duelo brinda la posibilidad de recobrar el interés en el mundo y sus cosas a través de nuevos enlaces, como nos dice Chamizo:

“más que re-investir el mundo por medio de un objeto de la realidad, éste se inventa, se produce a raíz del trabajo del duelo ahí donde el sujeto ha podido tomar distancia de los recuerdos, es decir, se ha movido de lugar y creado por lo tanto una nueva subjetivación.”[11]

Entonces el trabajo psíquico (podríamos decir de subjetivación) que implica el trabajo de duelo se trata de hacer de la pérdida una inscripción, que una huella pueda pasar a ser una marca, utilizando como metáfora un pie caminando sobre arena, Miguelez dice:

“Si uno borra la huella y deja una marca, ya no necesita comparar con el objeto pie para ver a qué pie corresponde esa huella. Al hacer la marca inscribe la pérdida del pie y le da una significación nueva, que puede ser múltiple pero que va a ser propia. En ese sentido, el acto de borrar la huella y dejar una marca vuelve irremediablemente perdido el objeto y también lo hace insustituible.”[12]

Si pudiéramos enunciar un objetivo del trabajo de duelo, sería precisamente el de dejar una marca, sería reafirmar que el objeto ya no está, y al ya no estar se hace insustituible, y eso puede contribuir a que el sujeto dote de significaciones el espacio desocupado, y esto fuera de inhibir al sujeto lo puede volver al mundo y permitirse circular, como pasó con Jesús, su trabajo de análisis le permitió crearse(r) una nueva significación y subjetivación de su vida, no sólo pudo matar al muerto, sino también pudo colocarlo en un lugar donde su recuerdo no obtura su circulación en la vida sino al contrario, le ayuda a establecerse metas y planes.

Jesús ahora tiene muchas preguntas que sigue intentando responderse, sigue trabajando en su espacio hasta el momento en que venga el tiempo de la separación del analista. Al igual que Jesús yo tengo muchas preguntas, todas o al menos la mayoría más destinadas a abrir otras que a cerrar ideas. Una de ellas es sobre el pasaje del tiempo presente al pasado respecto al objeto perdido.

¿Qué operó en Jesús para que, por lo menos en potencia, pudiera virar hacia otros puertos y tomar distancia respecto al recuerdo de su padre para tomarlo como ejemplo y no como un ancla?, pregunta amplia que solo obtendrá su respuesta o su esbozo en la clínica misma, lugar donde confluyen encuadre, transferencia y deseo, donde los fantasmas se hacen presentes y nos recuerdan que en la ausencia hay presencia.

*Texto presentado por Carlos Llanes en XXII Jornadas Locura, vida y muerte en la adolescencia, Ciudad de México, 30 de septiembre y 1 de octubre de 2016.

Bibliografía

Bernasconi, E. y Smud, M. (2003) Sobre Duelos, Enlutados y Duelistas. Argentina: Lumen.

Chamizo, O. (2012) Dolor y melancolía, destinos del narcisismo. En Revista Espectros del Psicoanálisis. Melancolía Número 9. México: Espectros del Psicoanálisis.

Freud, S. (1915) Nuestra actitud hacia la muerte. De guerra y muerte. Temas de actualidad. En O. C. Vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 2003.

Freud, S. (1917) Duelo y melancolía. En O. C. Vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 2003.

Miguelez, L. (2010) Duelo y creación. En Revista de Psicoanálisis Tomo LXVII Número 4. Buenos Aires: Asociación Psicoanalítica de Argentina.

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[1] Sigmund Freud, Duelo y melancolía, en O. C. Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1917, p. 242-3. Las cursivas  y el paréntesis son míos.

[2] Eduardo J. Bernasconi y Martín H. Smud, Sobre duelos, enlutados y duelistas, Buenos Aires, Lumen, 2003 p. 52.

[3] Ibíd. P. 56.

[4] Sigmund Freud, Nuestra actitud ante la muerteDe guerra y muerte. Temas de actualidad, en O. C. Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1915, p. 294. Las cursivas y el paréntesis son míos.

[5] Sigmund Freud, Duelo y melancolía, en O. C. Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1917, p. 242.

[6] Ibíd. P. 243.

[7] Ibídem.

[8] Ibíd. P. 252.

[9] Ibídem.

[10] Eduardo J. Bernasconi y Martín H. Smud, Sobre duelos, enlutados y duelistas, Buenos Aires, Lumen, 2003 p. 32.

[11] Octavio Chamizo, Dolor y melancolía, destinos del narcisismoRevista Espectros del PsicoanálisisMelancolía, Número 9, México, 2012, p. 186-7. Las cursivas son mías.

[12] Luis Vicente Miguelez, Duelo y creaciónRevista de Psicoanálisis, Tomo LXVII Número 4, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica de Argentina, 2010, p. 604. Las cursivas son mías.