La identificación en la adolescencia.
Personajes delincuenciales como modelos identificatorios. Última parte.
Dra. Ana María Fabre y Del Rivero
Crisis de identidad y salvaguarda del narcisismo y de los objetos internos
El grupo convoca fantasías muy arcaicas, fantasías que fueron ampliamente descritas por Melanie Klein, en particular aquéllas relacionadas con las fases sádico oral y sádico anal. La primera fase está relacionada con el deseo de incorporar al objeto mediante su devoración; comerlo, masticarlo, devorarlo. La segunda tiene que ver con el deseo de controlar omnipotentemente al objeto, someterlo, humillarlo y ensuciarlo con excrecencias. Esto se relaciona con la saña, la violencia, el nivel de crueldad con el cual los criminales destruyen a sus víctimas.
Cada criminal es el resultado de la interacción de factores intra e inter psíquicos. Los elementos familiares y sociales, como son la exclusión, la violencia, el hambre, son determinantes en la aparición de este fenómeno. Sin embargo, es importante también reflexionar en los elementos personales, o mejor dicho, individuales que llevan a cada persona a elegir un tipo de vida. Tenemos que investigar las razones por las cuales un sujeto se hace criminal y otro no. En caso contrario estaremos repitiendo un lugar común, aquel que se ha repetido hasta el cansancio, el cual exonera al sujeto y culpa a la sociedad. Para poder tratar el tema de la criminalidad en tanto fenómeno social y clínico, es necesario considerar al sujeto como una parte activa, quien decidió en determinado momento, más o menos consciente, inclinarse hacia los actos criminales.
De acuerdo con Donald Meltzer, existe en todo adolescente la necesidad de contar con un grupo con el cual identificarse, cuando la familia ya no cubre las demandas del púber por modelos este puede buscarlo en los grupos criminales:
Lo importante de la crisis de identidad y en la aguda pérdida de la identidad familiar que el joven experimenta en el momento de la pubertad, radica en la elección interna de la idea de que los padres tengan algún otro lugar, en cuanto que de tal elección surge la posibilidad de identificarse con la comunidad de los presentes, la decisión de aceptar temporariamente la identidad de ser un simple adolescente en la comunidad de los mismos, o bien ser un individuo aislado que se ha hecho sólo en una misión única en el mundo, una misión grandiosa, representa una decisión crucial para el joven.[1]
Siguiendo a Meltzer, la familia misma puede instigar las conductas criminales[2] Cuando una o ambas figuras parentales detentan rasgos psicóticos o perversos, con marcadas tendencias criminales, se genera una caricatura hostil de la vida familiar que Meltzer denominó familia invertida, justamente porque se rige por valores invertidos. Sus miembros rara vez se capacitan por lo que tienen frecuentes problemas económicos, con una tendencia a depender de actividades ilegales. Se relacionan con sus vecinos de modo agresivo y predatorio, o bien, hacen alianzas colusivas con familia de características similares. Se orienta a actividades lucrativas ilegales como son la venta de drogas, la prostitución, el juego, piqueras, contrabando, mercancía de segunda mano, etc. Tiene relaciones con policías corruptos y con frecuencia recluta nuevos miembros que le son útiles en sus actividades. El juego, la bebida, la promiscuidad, el consumo de drogas, las perversiones sexuales, el incesto y la agresión son parte cotidiana del ambiente familiar.
El grupo criminal ofrece en apariencia un respaldo para soportar la crisis de identidad personal y familiar. Las conductas violentas, la búsqueda del peligro o riesgo, también conllevan la búsqueda de un límite a la presencia invasiva de los objetos perseguidores internos. Arrancones, prácticas sexuales riesgosas, maternidad temprana, incursiones en barrios peligrosos, etc. son conductas de autodestrucción, de masoquismo erógeno, testimonio de la conservación de un vínculo objetal, el cual da lugar a un negativismo que domina el rechazo odioso del objeto con comportamientos cada vez más violentos, mecánicos y estereotipados. Philippe Jeammet opina que las conductas peligrosas y violentas actúan como defensa contra la invasión de objetos malos, que rompen el frágil equilibro narcisista que tienen estos adolescentes.
Los adolescentes que no encuentran que oponer a la idea de “Yo no he pedido nacer” -reflejo de su sentimiento de impotencia frente a la pareja parental- y al deseo que supone esta afirmación en espejo, “yo puedo elegir morir”. Es en efecto la única decisión que le permite volverse su propio genitor y el creador de un destino que no debe nada a ninguno que no sea el mismo.[3]
La violencia actuada se vuelve entonces la única defensa posible para restaurar una identidad amenazada y para restablecer fronteras y diferencias necesarias para el mantenimiento de una cohesión interna. Debe ser comprendida y eventualmente interpretada de términos de identidad, de salvaguardia del narcisismo y no solo en términos pulsionales de tensión y descarga.
La metáfora ordálica
No podemos ignorar que muchos de estos chicos inmersos en los grupos criminales son consumidores de drogas. La ordalía era una prueba ritual usada en la antigüedad para establecer la certeza de un linaje, prueba que implicaba un suplicio físico. En el marco del psicoanálisis, la noción de conductas ordálicas describe el comportamiento que al rondar la muerte dota al sujeto de una cara sensación de existencia.
Puede sin embargo esbozarse un modelo de las adicciones en el sentido amplio y hasta de subjetivación; por el otro, la conducta ordálica, postrera búsqueda de sentido al rondar el riesgo de la muerte, tal como la transgresión puede ser búsqueda de los límites.[4]
La problemática de la dependencia debe ser entendida según sus vínculos con un objeto cuyo estatuto de interioridad o de exterioridad requiere continuamente una redefinición. Un caso clínico de algún adolescente toxicómano permite ilustrar la dependencia del yo a una instancia del superyó exteriorizada; omnipotente y destructora; desligada de su aspecto protector del narcisismo. El uso de drogas permite entonces eludir el conflicto entre instancias psíquicas, conciliar ideales contradictorios de dichas instancias: el acceso a una posición omnipotente y la satisfacción de la exigencia punitiva. Solo de esta manera podemos realizar un abordaje complejo del tema. La intolerancia a la frustración, típica en las problemáticas adictivas parece estar cercanamente vinculada con la intolerancia al duelo, lo que implica la evitación del dolor y por ende la negación de la memoria y el transcurrir entre generaciones. La evitación del dolor del duelo se relaciona con la dificultad para conducir procesos de mentalización, por lo tanto la conducta adictiva no se ajusta al modelo clásico psicoanalítico del síntoma, siguiendo la formación de un compromiso. En lugar de eso estamos ante situaciones de ausencia, de vacío.
El encapsulamiento en el ‘presente’ (y probablemente el objeto-droga represente un presente compulsivo y repetitivo fuera de la linealidad de la historia colectiva e individual) hipercondensa el narcisismo inexplorable de secretos familiares, el vacío de una actividad mental siempre insuficiente y la inmediatez de una experiencia que se presenta inconcebible de otra manera.[5]
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[1] Meltzer, D. Adolescentes, Spatia, Buenos Aires, 1989. Pág. 34.
[2] Meltzer, Familia y comunidad, Spatia, Buenos Aires, 1990.
[3] Jeammet, P. Lo que se pone en juego. Psicoanálisis con niños y adolescentes. Año 1992. No. 2 Buenos Aires, 1992.
[4] Birot,E. Dépendance à la drogue et dépendance du moi à l´instance surmoïque. Adolescence, Año 15. No. 2. Paris, 1997.
[5] Jérôme & Valleur, Les Addictions et la métaphore ordalique. Adolescence, Año 15. No. 2. Paris, 1997.