Por: Sonia Murguía
*Texto presentado durante las XXIII Jornadas de AMERPI: Parentalidad y estructuras familiares en la clínica psicoanalítica actual.
AMERPI propone la reflexión sobre distintas parentalidades, visualizando varios casos, hoy quiero presentar el caso de una pequeña a la que llamaré Ana, ella fue adoptada por una familia debido a que la madre padece de enfermedad autoinmune, desarrolló diabetes a los 11 años, hipotiroidismo a los 15, lo que hizo que su primera hija se lograra por un proceso de fecundación – gestación muy complicado, con dos abortos espontáneos previos, y un año después del nacimiento de su primera hija le diagnostican vitiligo; de tal forma que decidieron adoptar a su segunda hija, lo que se logró cuando su hermana ya tenía 10 años. Quiero comentar que esa primera hija desarrolla dermatitis actópica a los 2 meses de nacida, la señora dice: “Le supuraba de resequedad”. Y luego rinitis alérgica.
Ana es canalizada a tratamiento psicológico debido a que en la escuela hay quejas sobre su comportamiento.
He trabajado con la pequeña y algunas sesiones con la madre y con ambos padres.
La dificultad de la madre para asumir a esta segunda hija resulta un obstáculo para la adaptación de la pequeña, la madre, no dispuesta a modificar sus actitudes, justificadas con el argumento de que “la niña no manda” y que “yo soy el superyó”, “Ana tiene que respetar las reglas”; se ha construido un vínculo donde el reto es el eje que pulsa la libidinización de las relaciones que Ana construye con los adultos, excepto con su abuela (paterna que vive con ellos) y su hermana.
Se unen las fantasías con respecto a la adopción que desarrolla la pequeña, imaginando una historia que transcribo: “Juny tiene 19 años, quiere vivir y ser igual que un ser humano, es alienígena, su familia fue al mundo y la familia se fue sin él. Unos humanos se lo encontraron y un niño lo quería como hermano, hacían bromas y jugaron a los pasteles locos y fue una pelea de pays. Luego escucharon algo en la noche; se levantaron y vieron que era un platillo volador, su hermano alienígena salió volando hacia el platillo volador y el otro lo agarró del pie. Entraron al platillo y se escondieron en el baño. Su hermana se hizo un cubo y el hermano también y vieron que eran alienígenas. Su hermana, cuando salieron del cubo tenía 3 ojos, 10 patas y podía hablar italiano y español. Tenía una planta carnívora. Entendieron que la familia es importante y fueron a buscarla, luego conocieron a su familia y ya pudieron vivir los 2, Juny y su hermana Sofía”. (diapositiva, dibujo 1) Gutton,Ph. (1994) puntualiza que “el niño no pierde un objeto parental, o más precisamente no se trata de una perdida objetal, sino que se trata de una herida narcisística, y sabemos que las heridas narcisísticas no cicatrizan (p. 66).
Por otro lado, encontramos que en las adopciones hay “un imaginario de la prehistoria que se borra, de un origen que suponen, no va a aparecer “nunca” en la historia de ese hijo que adoptaron, realidad que aunque se muestre, no puede ser vista porque no quieren verla” (Murguía 2010, p. 55). Ana construye su imaginario, pero los padres no quieren ni escucharlo, se respaldan con la política de la institución de no hacer saber nada sobre los padres biológicos.
Así, trabajamos su árbol genealógico para que se visualizara en el contexto de la familia que la ha acogido, respondió con mucho entusiasmo, dibujando a cada uno de los miembros de la familia; de un lado los hombres y del otro lado las mujeres.
En otra sesión buscó imágenes de la película Coco y la canción de “Recuérdame”, pues subrayó que el niño tenía que encontrar a sus ancestros.
Ana es una niña vivaz y creativa, que gusta de realizar creaciones con papel, recortes colores; es propositiva y crea juegos con mucha facilidad; a veces no mide las consecuencias de lo que hace: trajo una pistola de agua para que jugáramos a pelear con los zombies, y de pronto me disparó en la cara moviendo mi lente de contacto. Tuve que salir al baño a acomodarlo. Me pidió disculpas cuando regresé, creo que hay una buena transferencia, pero estas cosas pasan porque le entusiasma tener un espacio de expresión con escucha y en libertad, sin esos ojos que la persiguen.
Regularmente me pide permiso para llevarse algo del consultorio, lo que me hace pensar que quisiera prolongar el espacio de contención que representa la terapia. La madre también se molesta con eso, llegó a comentar, “porqué se tiene que llevar lo que quiere, no veo avance con esta terapia”. Ana aún trae su objeto transicional, es una cobija, hace alusión al olor de su objeto, y a veces ha hecho alusión a otros olores de manera importante.
El juego “plantas contra zombies” es uno de sus favoritos, lo juega unos minutos en mi celular donde me explica que las plantas son buenas, que ella es planta, y que los zombies son malos y dice de inmediato: “mi mamá es zombie”.
La madre comenta varias veces que la ha llevado al médico para que vean si “tiene algo mal”, no es necesario que haya un síntoma claro. La señora se queja de la niña: “era muy llorona desde bebé; “tenía sus horarios muy marcados desde que nos la entregaron a los 2 meses de nacida, desde entonces ya dormía toda la noche, muy autosuficiente desde chiquita, se comunica muy fácil con la gente”. Entonces, ¿cómo sería llorona si tenía bien establecidos sus horarios? “Me desgasta mucho estar con ella todo el día”.
René Kaës nos dice que como sujetos del inconsciente, la organización de los padres (neurótica, border, psicótica) nos va a determinar, inoculando las formaciones del superyo y las funciones del ideal del yo, ya que “venimos al mundo por el cuerpo y por el grupo” (1996, p. 17). De este grupo que Ana todavía no se siente precisamente perteneciente, aunque si lo siente con su abuela y su hermana, más o menos con el padre, pues parece tener una buena relación con él, pero dice con un dejo de tristeza que casi nunca está porque se la pasa trabajando. Así Kaës nos dice que para el sujeto adoptado, siempre hay una parte que “le sigue siendo ajena o extraña si le fue impuesta, presencia oscura y desconocida de otro o de más de otro en él”. (ïdem.)
“Ella no manda” es una frase que se trabajó con la madre, con la esperanza de que ayude a no reforzar vínculos de confrontación, pues en la escuela ese ha sido un problema; pero aunque ha tratado de no mencionarla delante de mi, de pronto no la puede evitar, la trae presente todo el tiempo. Como la niña es propositiva, cuando sale de la sesión siempre le propone a la madre qué puede hacer al llegar a casa, y la señora contesta en automático, casi sin escuchar -siempre- “NO”.
La niña se complace en construir “refugios” en los que se mete. Como una casita y juega a que la atacan y ella recurre a diversos medios, como pastillas de invisibilidad, se esconde y se hace ver ¿quién la mira y cómo la mira? Todavía parecen como pulsiones parciales, donde aparentemente la “travesura” obliga a que la volteen a ver, pero eso qué precio implica con esa madre.
Lacan subraya que en el primer tiempo del Edipo, el bebé desea estar colocado como objeto del deseo de otro, significante que puede ser captado en su plena dimensión a través de la mirada y puede ser apoyado o confundido por medio de la palabra. Así, la mirada adquiere un estatuto privilegiado en la constante necesidad de evaluar el lugar que el otro me otorga, y aquí evaluar, quiere decir significar, simbolizar. ¿Qué lugar ocupa Ana en esta constelación? Si se hace rechazar en la escuela, pudiera jugarse el rechazo originario de la madre biológica, o el rechazo provocado por la herida narcisista de la madre por no haber podido dar a luz a Ana como lo hizo con su hermana.
Regularmente la señora llega con la niña a la sesión con quejas, la niña entra diciendo: “mi mamá no tiene nada que decir”, de pronto se hace evidente la cuestión de ¿quién tiene la palabra? ¿quién tiene algo que decir? ¿quién tiene derecho a decir algo?
Recibo un mensaje de watts app de la señora que dice: “Mañana no podré llevar a Ana a terapia. Salió muy mal en su estudio de cuerdas vocales y estará en reposo vocal absoluto por el resto de la semaña”. Le llamo y le digo que la traiga, que tenemos que pensar en ese síntoma, que tomaré en cuenta que no puede hablar y que haremos algunos dibujos. La señora acepta. La niña trae un cuadernillo en donde se ve que va escribiendo lo que quiere decir.
¿Cómo es que la llevó a un estudio de cuerdas vocales?
A los 4 años la llevó a un Instituto de Neurología porque hacía berrinches (no de tirarse, es que era muy necia), luego al INCH y a los 5 años le dieron el diagnóstico de “Retardo lectográfico” -a los 5 años- y la canalizan a terapia de lenguaje (aunque hablaba bien) le hicieron un estudio de cuerdas vocales y encontraron que tenía nódulos.
Ahora dice que tiene una cuerda ensangrentada, lo que es raro para un niño de su edad. La señora había comentado que la voz aguda de Ana le molestaba. La madre parece complacida de que la niña tenga prohibido hablar.
¿Logra Ana hacerse oír de esta madre? ¿Cómo es escuchada? ¿Intenta gritar para hacerse oír de otra manera?
En una ocasión la señora llega quejándose de que Ana comentó en la escuela que estaba enamorada del maestro de francés y agrega “ahora además tiene problemas sexuales”. Dolto señala que “la originalidad está marginada. A todos estos niños, ante la menor salida de tono e incomprensión del adulto, se los considerará, se los clasificará, ya sea en dirección a los delincuentes, ya sea a los patológicos” (1986, pp. 222-223). Para mi fue impresionante ver que la escuela y la madre la colocaban en este lugar.
En un momento la señora comenta que tal vez ella es la que necesita terapia y aprovecho el comentario para pedirle que lo haga, contesta tajantemente, “No, yo nunca voy a ir a terapia”, (la señora es psicóloga).
En muchas sesiones, Ana juega a que hace cosas para que yo la regañe, ej. “Que soy un perrito, y me orinaba en la planta y tú me regañabas”. Igualmente suele jugar a que sale de su refugio para orinar mi pie, y regalarme gases o sólidos de sus intestinos (todo imaginario).
Se siente atrapada y vigilada por esa madre, que la interpreta mal, desde lo que dice o desde lo que hace, pero además está pendiente de la niña.
Otra cosa que me sorprende es la manera en que la señora se vincula en la escuela. Desde el inicio me citan en la escuela, acudo por el deseo de apoyar a la niña, hay una conversación larga con la directora general, directores de inglés y de español y la psicóloga de la escuela, resulta que por petición de la madre, Ana está repitiendo primero de primaria; la señora dice que no la vio preparada para pasar a segundo, y aunque la escuela no la había reprobado, la madre pidió que repitiera y la escuela aceptó.
Ana canaliza su ansiedad a través del cuerpo, se siente atrapada (como en el dragón de 7 cabezas dibujo 2), o como dice en una sesión: “Soy un emoji, diablecilla, estoy atrapada en el celular del hijo del gobernador Roky es el gobernador y su hijo es el príncipe Ramón. Me puede dejar salir si hago muchas perfectas cosas. Cuando tu dueño ya no te quiere te lleva al gobernador para que te coma. Entonces tengo que hacer todo lo que el gobernador quiere”.
Cuando está en la escuela y se siente atrapada, se sale al baño y “se esconde allí”. En la escuela dicen que no pueden permitir que se ponga en riesgo, pues -dicen- “podría causar un accidente mortal” y agregan que una ocasión, ya metida en el baño, cerrado desde adentro, como no se quería salir, fueron por una escoba para abrir el espacio individual en el que Ana intentó refugiarse, la sacaron a fuerzas, y se quejaron fuertemente con la madre cuando llegó a recogerla. La madre se puso del lado de la escuela.
Cuando acudí a la escuela y les comenté que esa manera de sacarla del baño era violentarla, dijeron que mi opinión era muy poco profesional. Me pidieron que observara a la niña por espacio mínimo de 2 horas a través de las cámaras para que la niña no se portara bien debido a que se supiera observada por mí.
Durante esas 2 horas Ana hizo todo lo que la maestra le pidió, nunca sobresalió del grupo por alguna conducta “indeseable”.
A unas dos semanas de mi visita de observación le dicen a la madre que van a tener una visita de supervisión de la SEP, y que no pueden tener a la niña en la escuela, pues no está inscrita, pues ellos registraron en los documentos oficiales que había pasado a segundo y como la recibieron nuevamente en primero, no había registro de la niña en ese grupo y que la escuela tendría problemas si la supervisora la encontraba en el grupo sin estar inscrita. Por lo tanto, Ana se quedó sin escuela un mes antes de que terminara el año escolar.
Le buscan otra escuela, pero la madre subraya todo el tiempo que el problema es que la niña no acata reglas, que la niña está mal.
Como vemos en la historia del alienígena, dice que el alienígena quiere vivir y ser igual que un humano. Ana no se siente humanizada como parte de la familia. Se siente defendida por la abuelita; sin embargo, una sesión llegó muy inquieta porque regañaron a la abuelita y le pidieron que respetara las reglas que imponía la madre y que no la estuviera consintiendo. La abuelita le dijo que si no obedecía, ella se tendría que ir a vivir a otra casa. Ana se sintió muy desprotegida.
En una sesión comentó que no quería que pasara el tiempo, porque no quería que su abuelita se muriera.
Por momentos la señora acepta reflexionar sobre lo que pasa con Ana, y aunque a veces la acusa abiertamente, en otras ocasiones la compara con su hermana mayor y dice que la hermana también hacía cosas parecidas, sin embargo, allí me entero que cuando la hermana lo hacía no le molestaba. También agrega que se siente celosa de que la niña prefiera a la abuelita y aquí es donde aparece la herida narcisista de la madre. En la paternidad, Guy Briole nos dice que los padres, hombres, siempre adoptan a su hijo. Para los padres el hijo es un pedazo de real del que se apropian por la decisión de adoptarlo.
En los niños adoptados, “hay una derrota narcisista, pues ese hijo adoptado no llegó como “debía” llegar, Con la madre de origen, el lugar de excluido es ineludible, entrampado en un deseo de muerte o desaparición por la familia de origen y un deseo de vida por los padres adoptivos, pero metidos en una experiencia limite; en donde la adopción es la única opción de esos padres para erigirse padres y donde regularmente se probaron todas las vías posibles para coronar su paternidad” (Murguía 2010, p. 57).
De acuerdo con Winnicott podemos pensar que la ternura de los padres hacia sus hijos puede considerarse una reproducción de su propio narcisismo sobre su hijo, a lo que puede darse también una sobreestimación queriendo ver en él todo tipo de perfecciones, encubriendo además sus defectos. Esto no pasa con la mamá de Ana, más que ver perfecciones en Ana ve defectos, desde bebé, y luego la lleva con los doctores “sólo para ver qué tiene mal”.
Freud nos dice que “El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo puede restituírselo a trueque de ser amado” (1913, p. 95). ¿La señora Bety sentirá amenazado su narcisismo si ve las virtudes de Ana? ¿La enfermedad de la señora le ayuda a revertir su libido para alimentar su narcisismo y eso le impide dar a Ana un mejor lugar?
Siguiendo a Freud diremos que una parte del sentimiento sí proviene del narcisismo infantil, otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia, cuando se logra acercar al “ideal del yo” y una tercera de la satisfacción ante el objeto de amor. Pareciera que la señora Bety se vive en un alto nivel de perfección como madre, cuando afirma que ella es el superyó parece que presumiera de que cumple con las reglas socialmente establecidas. Ella si hace lo que debe de hacer: lleva a sus hijas a la escuela, las recoge, las lleva a la casa a comer la comida que ella preparó en la mañana, las lleva a clases de piano, de natación y a Ana a terapia y en repetidas ocasiones al doctor. Muchas veces parece agobiada por todas estas tareas, que además Ana no disfruta porque no se plantearon como una demanda propia.
En una ocasión la niña le pide sacar su bicicleta llegando a la casa después de la terapia y la madre afirma que no, porque van a ir al tianguis. La niña le pide que la deje en el carro mientras compra lo que necesite y la señora le dice que la va a llevar para complacerla, no porque necesite comprar algo.
En realidad la complacencia estaría en la bicicleta, pero el planteamiento de la señora Bety es que le dedica sus energías de todos los días a las niñas y especialmente a Ana que tiene 7 años. La hija de 17 depende un poco menos de su mamá. ¿Cómo vive la señora Bety a esta hija? Se sentirá decepcionada porque de todos modos no la complace. Parece que la identificación narcisista con su hija Ana, no le alcanza.
La relación madre-hija se juega en un vínculo ambivalente, donde la madre se quiere mostrar como una madre perfecta; señala las fallas de la niña, como mostrando que ella hace lo que debe hacer, pero la niña no respeta reglas y resulta excluida y rechazada de la escuela, pero escuela -para ella- tiene razón en sus argumentos. La frase de que “la niña no manda” ha construían un vínculo de confrontación entre ambas, que la niña ha generalizado con la sensación de tenerse que defender de todos los ambientes.
CONCLUSIONES:
Tenemos un caso en donde la adopción -obligada por los problemas de salud de la madre- marca una herida narcisista en la señora, en donde la identificación narcisista con la hija no alcanza para integrarla a la familia, la niña se siente alienígena, aunque quisiera ser humana como todos los demás, y no logra complacer a los adultos de tal forma que se siente como las plantas contra los zombies, en donde ella es planta-buena, y los otros son zombies-malos. El padre parece sensible al sentir de la niña, pero su ausencia del hogar por motivos de trabajo dejan desprotegida a la pequeña; afortunadamente la abuelita paterna -que vive con ellos- y la hermana hacen la contención de función materna que Ana necesita; sin embargo, el estilo de confrontación establecido por la madre no se ha podido modificar como esquema de relación hacia la escuela. La madre no está dispuesta a trabajar su herida narcisista, pero todavía acepta traer a la niña, y es con ella con la que se va a continuar el trabajo.
Las parentalidades atravesadas por la enfermedad de la madre, marcan una vuelta narcisista que ha condicionado un maternal difícil para Ana en su condición de adopción, lo que ha creado otros problemas de adaptación al exterior. La madre ha insistido en llevarla con algún experto que encuentre qué tiene mal, recibiendo una serie de terapias y diagnósticos que no corresponden a lo que la niña necesita.
Cabe subrayar el uso del celular en los juegos de plantas contra zombies, Mikel tube, y Coco, como el niño que iba en busca de sus ancestros, como un elemento que ayuda a entender las fantasías de la niña y sus formas de construir su realidad.
Bibliografía
Dolto, F. (1981). La Causa de los niños. Paidós. Barcelona España.
Freud, S. (2007), Introducción del Narcisismo. En: Obras completas (Vol. 13) (J. L. Echeverría, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores. (Texto original publicado en 1913).
Gutton, Ph. (1994), Nuevas aportaciones a los procesos pubertades y de la adolescencia.
Volumen Especial México, AMERPI, grupo TESEO.
Kaës, R., Faimberg, H., Enriquez, M., Baranes, J. J., (1996). Transmisión de la vida psíquica entre generaciones. (M. Segovia, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores (Texto original publicado en 1993).
Kyung Min, E. (2008). The Daughter’s Exchange in Jeane Jeong Trench’s The Language of Blood. Social Text 94, Vol. 26 No. 1 United States, Duke University Press. Spring 2008. Murguía S. (2010) Abandono y maternidad. Tesis para obtener el grado de maestría. UNAM.
Winnicott, D. W. (1999). Escritos de pediatría y psicoanálisis. (J. Beltrán Trad.). Barcelona, España, Paidós.