Por: Dr. Ricardo Rodulfo

Pero no había volumen de la temporalidad en el sentido de un antes/después al que pudiese recurrir. Por lo mismo, cuando estaba conmigo no se quería ir, le era muy penoso despedirse y, sobre todo, no podía remitirse por sí misma al ‘tengo cosas que hacer’. La construcción de una temporalidad más desarrollada en términos del proceso secundario, tendrá que plantearse en el tratamiento. Si ahora nos proponemos situar este trastorno narcisista en términos del narcisismo, habría una cierta deflexión (en el sentido de una inflexión defectuosa), del verse como otro. El verse como otro es todo un espacio lógico en el desarrollo del narcisismo; todo estriba en que sea progresivamente internalizado. En estos niños de deflexión consiste en que, la manera, la calidad, que asume al verse como otro, es verse permanentemente desde el punto de vista del otro como tal, sin mediación del propio cuerpo. Por eso el peque no corrige al copiar un gesto, lo copia sin más y sin paso por su experiencia kinestésica, lo cual responde por otro efecto de torpeza: no hacer la rectificación de ‘yo’ por ‘tu’ (por ejemplo, un paciente me da la consigna de que él tiene que sostener un diálogo que en realidad yo debo sostener, en ese punto ‘confunde’ el yo con el tú, y esto por mal rotado, porque él permanentemente está viviendo las cosas del mundo desde el punto de vista de enfrente). Ahora bien, si consideramos lo anterior en términos de lo desarrollado por mí como metamorfosis en el jugar, en el recorrido del jugar (14), diría que también hay una literalización defectuosa, patológica, de la metamorfosis, porque la transformación subjetiva que implica la metamorfosis, para un niño así se reduce a querer ser empíricamente cierto y determinado otro, por no gustarle como él es; entonces, característicamente, pretenderá ser el hermano más capaz, lo cual es una metamorfosis que lo vacía, en una metamorfosis más fijada a lo perceptivo. Otro paciente me dirá  “voy a mirar bien cómo es tu lapicera y le voy a decir a mi mamá que me compre una igual”. La metamorfosis pasa no tanto por extraer de mi algo, sino, como va a decirlo él de muchas maneras, tener exactamente lo mismo que yo, pretensión derivada de la imposibilidad de ser (como) yo, inflexión entonces, diferente a la clásica del doble que la literatura ha consagrado.

Existe otra vertiente a incorporar para un procesamiento teórico más fino de los trastornos narcisistas no psicóticos y podríamos llamarlo musical. No se trata de lo musical en su dimensión estética o como técnica del trabajo (musicoterapia), sino aquella otra vertiente de lo musical puesta en juego en la estructuración del cuerpo. Ya el hecho de que privilegiemos el tema de la torpeza sugiere algo al respecto, por lo que ella tiene desritmado,  o de ritmos de desritmo y también  de intensidades desfasadas, desreguladas, todo lo cual impregna fuertemente la corporeidad de estos niños. Algo a nivel de la subjetivación, algo conjuró con su música más profunda, está resueltamente alterado, y donde quizás habría que pensar en qué desencuentro y de qué orden pudo darse con la posición y los estilos de la función materna. Sugiero meditar, para tomar un ejemplo bien conocido, como un juego del carretel (Fort/da) exige en la trama más íntima de su estructura un cierto ritmo, sin el cual no reconocimos el juego cuando el niño lo ejecuta. Fallada en un sentido u otro, tal ritmación, el juego se desfigura completamente. ¿No nos pasa esto muchas veces durante el trabajo terapéutico? Es bien posible que una aparición y existencia así desritmada, sea del todo más frecuente que una genuina ausencia. También la mano que agarra, que causa volumen, lo hace a cierto ritmo. Asomarse a distintas formas de patologías narcisistas de consideración lleva a prestar a las ritmaciones en que los procesos subjetivos se cumplen y descumplen, una atención enteramente nueva. Pensemos, por ejemplo, qué distinta es la derivación de un niño con un trastorno narcisista no psicótico a fonoaudiología, si se tiene clara conciencia de que son los niveles musicales del lenguaje los que están más comprometidos. A su vez, esto nos permite el replanteo de las calidades del relacionamiento con la madre, alejándose de un mal planteo teórico, con el cual no se puede llegar muy lejos, que se atiene a un tosco esquematismo ‘cuantitativo’ y recurre monótonamente a las nociones de fusión e indiscriminación: invariablemente, la madre será juzgada como demasiado simbiótica y esta simbiosis se promoverá a un rasgo casual sin hacerse mayores problemas. Para el caso, nos remitimos a las excelentes críticas de Daniel Stern sobre este punto tan devenido cliché en el psicoanálisis (15). Una de las consecuencias más penosas de una aprehensión teórica harto elemental, ha sido reprimir la consideración más fina de las calidades de un vínculo y de una determinada función, calidades sujetas a toda clase de alteraciones sutiles. Una cierta relación del niño a la madre puede, en su contenido manifiesto, impresionar como excesiva y sin embargo ser muy deficitaria en algunos de sus aspectos, como el que hace a la musicalidad de sus encuentros o a la disposición para dar lugar a una zona de juego, en lugar de restituir la escasa calidad de un relacionamiento, la poca entidad del pensar en el niño, con ‘muchos’ cuidados corporales nunca metamorfoseables en trabajo de trazo.

Pero del todo erróneo es confundir tal supuesta abundancia con verdadera intimidad,  o aún peor, con exceso de intimidad.

Si lo quisiera volcar en términos de ese pequeño modelo para jugar que desarrollé en otro momento y lugar retomado por Marisa Rodulfo en su propio libro (16), esa tabla donde entraban en doble entrada cuerpo, espejo, hoja por una parte, caricia, rasgo, trazo por otra, todo ello para pensar las escrituras del cuerpo en la subjetividad: su alternancia, su secuencia, su coexistencia, sus peripecias; diría que en los casos considerados existen tres puntos clave:

  • La disyunción entra trazo y cuerpo. En este último encontramos que todo se plantea en el terreno de la caricia y del rasgo; hay poco o nada de trazo. No puede entonces sorprender la escasa posibilidad de abstracción, así como el reemplazarla por una serie de procesamientos corporales del orden de los ya expuestos.
  • Correlativamente, la disyunción simétrica entre el plano de la caricia como escritura y el plano de la hoja. En las letras que el niño hace, hay muy poco de la caricia, muy poco de mano pasa a la letra, y de ahí que todo el proceso de lecto-escritura ‘se sitúa’ como escasamente propio.
  • Hipertrofia de lo especular para compensar estas disyunciones, sobre todo en lo que hace el rasgo en el cuerpo, que especificaría, pienso, con más precisión la especularidad de estos niños: el rasgo no está tanto asentado en el espejo, jugado en espejos literales o metafóricos, sino principalmente en el semejante, simétrico o asimé

Una vez más, esto debería ahorrarnos apelaciones demasiado globales y por eso mismo, absolutamente esquemáticas, a ‘lo imaginario’ de una manera toscamente inespecífica. Pero esto nos empuja ya más lejos y en este borde nos detenemos: al trastorno en la teoría.

A MODO DE APÉNDICE

  • Sobre todo en los analistas y otros colegas con formación sólo ‘lacaniana’ -dejando por ahora de lado la espinosa cuestión de si un tal ‘sólo’ constituye una verdadera formación-, un obstáculo que invariablemente se presenta para la consideración de la problemática del niño (o no niño) con un trastorno narcisista no psicótico, está dado por el modo de formular una pregunta donde está involucrada la compleja cuestión de las formaciones imaginarias. Tal modo se puede determinar así: se trataría de una imposibilidad en lo simbólico para salir de lo imaginario. Ya la simpleza de un dualismo tal –para no hablar de su no tan encubierto maniqueísmo- debería prevenirnos y anticipar la necesidad de desplazar semejante interrogació Por eso mismo nuestra eventual ayuda tendrá más que ver con que el paciente pase a otra forma (metamorfosis) de lo especular. Para escribir una fuga como los que pueblan en clave bien temperada, Juan Sebastián Bach necesitó de un alto grado de desarrollo de lo especular, dado que la fuga en su estructura íntima pone en juego una especularidad abstracta muy compleja que requiere de múltiples inserciones corporales (pictogramáticas). Pero es este un modo de funcionamiento de lo imaginario y de la especularidad que hallamos bien heterogéneo al ‘¿me haces esto?’ ‘¿me das esto otro?’, ‘¿está bien así?’, ‘¿puedo tener tu lapicera?’, que podrá caracterizar a ciertos niños relativamente típicos en cuanto a exponer un trastorno narcisista.
  • Un paso aún, algo más explícito, en el orden del diagnóstico diferencial, uno de los ejes del presente capí Específicamente para ahondar en lo que separa irreductiblemente al niño cuyo retrato venimos dibujando, del niño psicótico (nuestra experiencia docente nos avisa aquí de una confusión muy común, avalada por la increíble ligereza con que se asimila a ‘psicosis’ cualquier patrón de desorganización en un niño). Enumeremos algunas distancias decisivas:
  1. En el niño psicótico confusional (seguimos la clasificación propuesta por F. Tustin), tropezamos regularmente con patología familiar de consideración, no siendo para nada raros los antecedentes psicóticos explícitos, así como todo tipo de malformaciones caracteriales y libidinales muy severas, aun cuando se pueda rotular de ‘subclínicas’. Esto para nada es así en el niño con un trastorno narcisista no psicó
  2. Podemos detectar desde sensaciones delirantes hasta el desarrollo de creencias y aún –ya a los siete u ocho años- la aparición de francas ideas delirantes, formaciones todas ellas conspicuamente ajenas al universo del otro niño a su atmósfera afectiva.
  3. Como el autista, el niño psicótico fabrica y se fija a objetos de sensació La diferencia con el primero es que este niño los busca predominantemente en el cuerpo del otro, diríamos casi, en sus pictogramas (de ahí el ‘enredo’ que tipifica Tustin). Este no es nunca un recurso del niño con un trastorno, a quien no le interesa el cuerpo del otro como fuente de sensaciones sino como factor de dureza estructurante en un plano francamente especular y no pictogramático.
  4. Aquel niño intenta abrir tubos horadando el cuerpo del que está con él; este otro procura que el cuerpo bien entubado de aquel en quien se apuntala, le done elementos que implican, por ejemplo ‘contenidos’ de dicha entubación (v.gr., sus pensamientos.

NOTAS

14 Conferencia con ese título durante el Encuentro “Pensar la niñez”, inédita aún. Doble recorrido, de jugar en los procesos de subjetivación y del jugar en la teorización analítica.

15 Stern, Daniel: Op. Cit. Ya desde el primer capítulo y varias veces a lo largo del libro. La crítica desde varios ángulos a este lugar común constituye uno de los ejes de esta notable obra. En cuanto a las estructuras musicales actuantes en la subjetivación, se encuentra también una profunda reflexión sobre su incidencia en el corazón de la categoría lacaniana de significante, cada vez que la referencia es la poesía y no la lingüística. He trabajado sobre esta cuestión en un texto publicado en Diarios Clínicos N|4: “sobre una cuestión preliminar al psicoanálisis de niños con trastornos del desarrollo”.

16 Rodulfo, Marisa: Op. Cap. 7 Justamente uno de los aspectos más nuevos que en esta obra se plantea, es que en el dibujo de un niño no se trata sólo de trazos o, dicho de otra manera, que en el devenir (de un) trazo, hay muchas cosas en él metidas que no lo son, lo que, entre otras cosas permitiría –si se preocupa uno por eso- pensar la represión originaria de un modo no sólo más asible clínicamente: además, o menos toscamente binario (esas cosas que desbordan el trazo en el trazo pueden, bajo ciertas condiciones, más o menos fugazmente volver o volverse visualizables).