Por: Dr. Ricardo Rodulfo

Es inevitable, incluso por razones que hacen a la temática de hoy, al empezar la jornada evocar el encuentro “Pensar la niñez” (1). No estaría mal que se volviera a dar ese sabor de cierta efervescencia, cierto decir acceder a la libertad para preguntar, para interrogar; siendo casi una redundancia, un pleonasmo, lo que separa a la ‘libertad’ de ‘pensamiento’. En esta ocasión, además existe, una diferencia ya que, como Fundación, es la primera vez que presentamos algo bien público organizado solo por nosotros.

Quisiera subrayar en esta apertura lo que la propuesta del trabajo implica: procurar abrir una problemática, sobre la cual retornaremos en una segunda parte, en noviembre, procurando mantener salvaguardar, el carácter de apertura, de problematización no en la entonación de un saber ya pretendidamente sistematizado sobre ella. Tengo también que hacer una observación sobre el título: ocurre siempre un cierto desplazamiento cada vez que anuncio un título a futuro; entonces debo hacerme cargo de ese desplazamiento y a el dedicarle mi primer comentario. En lo que sigue trataremos de lo que –con más de una intención- llamaré Trastornos narcisistas no psicóticos y en una doble dimensión: clínica por una parte y teórica, por otra, en primer lugar me dedicaré a ciertos retratos, clínicos, porque se trata de un tema que hay que dibujar para trasmitir criterios de reconocimiento, luego la segunda parte voy a dedicarla más a propio estilo implica que mi recorrido va a trazarse mezclando en distintas proporciones elementos clínicos y elementos teóricos lo que yo llamo específicamente estudio, se trata aquí de hacer un estudio.

Ya que estas jornadas están bajo el significante de la niñez y de la adolescencia posiblemente sea una buena idea comenzar con un pequeño fragmento perteneciente aún adulto, a un hombre entre los 30 y los 40 años, como para provocar la entrada en relación al desborde continua y a la trasferencia continua que desde una práctica con niños y adolescentes se hace al trabajo del analista con los pacientes adultos; además este material que puntuaré muy brevemente, tiene la ventaja de ser tenue, es decir no implica algo ni sumamente masivo ni de gravedad, al mismo tiempo leve pero resistente, irreductible. Al proceder así comparto totalmente la afirmación de Freud sobre la necesidad prioritaria de esclarecer los casos más sencillos, no andando tanto a la búsqueda del niño con siete jorobas sino de aquellos que cotidianamente llegan a distintos consultorios, muchas veces por iniciativa de la escuela, a menudo por lo que no funciona en su aprendizaje. Introduzco entonces algo de una sesión, a su vez material de una supervisión (2).

Es un hombre que acaba de empacar un trabajo muy distinto del que solía y que conduce ahora su propio taxi. Recojamos, por el interés que le daremos, su comentario inicial al entrar a cada sesión: “¿tengo facha de tachero?”. Enseguida cuenta ( y este es el punto que quiero destacar) que le ocurrió algo curioso: llevando a un pasajero, se pierde, el rumbo en uno de los tantos barrios de la Capital Federal, y luego descubre que lo había hecho a muy poca distancia de una calle que frecuentó asiduamente ( y no tanto tiempo atrás) durante diez años. Es también interesante destacar en esta desorientación espacial qué caminos siguen la reintegración de la memoria.

Esta integración, ese reconocimiento, viene de lo perceptual, tiene que ir a ver, no es por la vía del recuerdo en el estudio de un trabajo de pensamiento, sino el ir a ver el lugar. Es este un detalle interesante y se puede usar de re significador del comentario inicial, porque parecería que un cambio de trabajo implica inmediatamente un cambio de identidad y de figura visual y no es un trabajo distinto solamente, es una identidad otra y se inscribe en su ‘facha’. Tampoco será irrelevante que en la nueva posición laboral él no reconozca un sitio pero en otra posición subjetiva sí. Hasta evocaríamos lo que Jean Piaget conceptualizara como egocentrismo, ya que los datos espaciales quedan demasiado adheridos a suposición cultural y subjetiva del momento, porque lo que reconocía en un estatuto no lo reconoce en el otro. Retomaremos sobre esto.

Ahora bien cuando decimos trastorno narcisista no psicótico esto nos obliga a emprender un rodeo para situar la cuestión: por una parte se trata de introducir, de abrir el preguntar en relación a una formación clínica que hace años viene rondando diversas cabezas analíticas y dando lugar a diversos intentos en nuestra literatura, pero esto no se puede hacer solo añadiendo. Mi hipótesis de fondo es que tal introducción literalmente, trastorna, no deja intacto todo lo que encuentra. Como en el caso de otras formaciones (3), para darle cabida hace falta trastocar, trastornar el sistema de la psicopatología que intenta reducir todo el campo de las formaciones clínicas a tres estructuras: neurosis, psicosis y perversión. Ya decir “trastorno narcisista no psicótico” en el fondo pone en juego algo de esto porque “no psicótico” en el fondo pone en juego algo de esto porque ‘no psicótico’ tiene que ver con cierto esquematismo respecto a o ‘psicótico’, evocaría aquí la fuente crítica que hace Nasio (justamente Nasio, el más creativo, acaso el único en el grupo que acompañó hasta sus últimos días a Jacques Lacan que merece llevar ya el título de «poslacaniano», fuera de línea) en “Los ojos de Laura” al vocablo psicosis, a su vaguedad, a su rígida imprecisión al hecho de meter muchas cosas en la misma bolsa (se podría decir lo mismo o peor aún de la ingenuidad y el anacronismo que campea en la noción de perversión, con las enormes diversidades que sofoca al englobar). He aquí entonces una situación: introducir al trastorno narcisista no psicótico tiene que ver con esfuerzos que venimos haciendo diferentes analistas desde diferentes posiciones para repensar las categorías de la psicopatología. Este es un aspecto decisivo y en lo particular de nuestro tema merece ser fechado, recordado un texto pionero de fines de la década del ’70. Texto que lleva firmas como las de Marité Cena y Mario Waserman y con un sabroso título “Niños de difícil diagnóstico”, si se lee  este trabajo, abre un doble sentido, al apuntar de un mismo golpe a las complejidades de la clínica de ese niño y a las dificultades por situarlo, y a la dificultad de hacer un diagnóstico si uno pretende ceñirse a la rigidez de las estructuras clásicas. Por otra parte para ser menos solemnes deberíamos tener presente siempre  que nuestras categorizaciones difícilmente eluden, difícilmente superan, pese a la pomposidad con que muchas veces las enunciamos, el carácter de eso que popularmente se llama ‘bolsa de gatos’. No estaría mal no olvidar que aún en la mejor de nuestras diferenciaciones, en el estado actual de nuestra disciplina, siempre hay algo de bolsa de gatos y eso es mejor no formalizarlo demasiado, pues no sólo es una cosa negativa, comporta elementos positivos.

Mi propósito de trazar un retrato (retrato en el sentido de la persona mixta, no un ente tipo único) puede encontrar también muy valiosos materiales en el campo estético. El cine, en particular, ha popularizado en la cuerda cómica de la comedia cierto personaje significativo por la torpeza – aspecto o rasgo este que descubriremos fundamental, eternamente marcado por repetidos desencuentros en el tiempo y en el espacio. Ineludible referencia a Peter Sellers en su inspector Clouseau que quería salir por donde no había una puerta, o que extendía un brazo sin calcular que en ese preciso momento un cerramiento de vidrio venía hacía él, que por supuesto lo atravesaba con ese brazo. Otra ineludible referencia es Charle Chaplin en las ajustadas, acrobáticas peripecias de su personaje ‘Carlitos’; y aún tantas otras que habrían de incluir a no pocos cómicos argentinos como Carlitos Bala. Lo cierto es que el trabajo estético sobre la torpeza nos permitió levantar una pista clínica de mucha importancia. Transcribo una pasaje de nuestro libro “Pagar de más”, es un artículo que se llama justamente “Trastornos narcisistas no psicóticos”  escrito por Marisa Rodulfo con alguna colaboración mía donde hay una pequeña semblanza de esta clínica a la altura de ese momento, ya que el libro tiene varios años.

         En el territorio de los trastornos narcisistas no psicóticos nos encontramos en un número abigarrado de fenómenos, Es un campo que abarca desde trastornos de consideración y gravedad; desde problemáticas con base orgánica, hasta otras que no tienen; desde problemáticas con base orgánica, hasta otras que no la tienen; desde trastornos que se presentan solos hasta otros que se hayan asociados a problemáticas neuróticas, o depresivas, o trastornos psicosomáticos. Abarca por otra parte trastornos de tipo especial, de las distancias del propio cuerpo y referidos al otro; trastornos de la coordinación fina categorías tales como el arriba/abajo,   lejos/cerca,   derecha/izquierda, hasta trastornos en la abstracción trastornos en la lecto-escritura, trastornos a nivel del cálculo, etc.

Hay un campo muy disperso de fenómenos. Acaso sea mejor aquí tomar el consejo de Freud: cuando existe heterogeneidad y diversidad en cuanto a la gravedad de la problemática tratada, lo mejor es comenzar a esclarecer primero lo más sencillo, a partir de las situaciones más simples.

Esta enumeración sigue siendo muy clara, especialmente porque ha marcado toda una escala que va desde lo leve, desde lo sutil hasta las alteraciones de mayor gravedad, y por otra parte al marcar la posibilidad de coexistencia, de formaciones mixtas, por lo cual en lo que sigue me permitirá frecuentes incursiones en puntos de diagnóstico diferencial. Lo abigarrado del inventario que se despliega poner además de relieve la necesidad de dibujar una diversidad de retratos, no puede haber un solo y hay un perfil único; desde el principio, se debe apelar a la variación.

Introduje el material del paciente adulto como primer boceto porque en él no había ni asomo de organicidad, mientras que en muchos casos los trastornos narcisistas vienen montados, vienen a caballo de lo que damos en llamar trastornos del desarrollo (4), o por lo menos llegan muchas veces con diagnósticos neurológicos no siempre muy claros, o expresamente no diferidos pero con la aclaración de que algo pasa a nivel sistema nervioso central. También recibimos muchas consultas montadas sobre situaciones de debilidad o deficiencia lo cual es entendible si pensamos que un compromiso corporal temprano resulta en una exigencia de trabajo donde un niño fácilmente se puede extraviar narcisísticamente. De todos modos, y en todo los casos, tendría un carácter de cierta (5) globalidad. ¿Qué quiero decir con esto?, que no se trata tanto de la formación puntual de ‘la laguna’ en la memoria, se tratará más bien de la memoria como  laguna. No es éste un ejemplo de azar de los ejemplos, sino de rasgo de retener bajo esta imagen de la ‘memoria como laguna’; quien asiste al niño, quien trabaja con él (maestro, etc.), se queja característicamente que lo que se le enseña lo aprende pero lo olvida en seguida y hay que volver a empezar. Parejamente no se trata de un acto torpe en tanto acto fallido sino de una torpeza crónica, con la del inspector Clouseau; no es que le pase algo en determinadas situaciones, como lo trabaja Freud en la psicopatología de la vida cotidiana, cuando aquí se dice ‘torpe’, esto no modifica el verbo sino el sustantivo, no es un acto torpe, es un individuo torpe (luego vamos a tener que especificar las condiciones de ésta torpeza). Involucra lo expuesto siempre entonces cierta dimensión de globalidad, no del que una vez se desorienta sino quien lo padece ‘regularmente’; así una paciente adulta cuando salía del consultorio jamás sabía si tenía que ir hacia a la izquierda o hacia a la derecha, y esto no estaba en relación con el contenido ni con las experiencias transferenciales de esa sesión. Lo cual acarrea un problema nuevo para el psicoanálisis: el psicoanálisis originalmente no se inventó para éste tipo de pacientes. Cuando Freud habla, por ejemplo de la represión la caracterizará como “altamente individual”, destinada a recaer sobre un solo elemento; el psicoanálisis se mide en su emergencia con formaciones no tan globales, por eso mismo el interés paradigmático por el acto fallido que es un fenómeno que acaso, en principio, ocurre una sola vez en la vida. Conviene añadir que es esta una situación paradojal, porque  el psicoanálisis suele ser muy eficaz en el tratamiento de esta problemáticas: por muy torpes que seamos como analistas es raro que no se produzca ningún tipo de mejoría cuando trabajamos con ellos, y a veces se llegan a dar curaciones realmente importantes. Otras muchas, por lo menos mejorías parciales o recuperaciones significativas asociadas por lo general a un trabajo interdisciplinario.

No menos importante es la otra consecuencia de acercarse a este género de pacientes: el psicoanálisis está clásicamente acostumbrado a trabajar en el plano de la significación que precisamente aquí no le sirve; el plano de descifrar el sentido del inconsciente puntal de tal hecho, lo cual presupone una dinámica del psiquismo responsable, según las líneas de ciertas coyuntura, de ese fenómeno –pasajero o estable, pero siempre local- cuya clave se quiere despejar. Pero aquí es toda una función la comprometida: así en el caso de la torpeza que estamos examinando, se trata de una torpeza que forma parte de él, por lo tanto es inútil tratar de encararla como un fenómeno que en ese momento ocurriría por una razón inconsciente a encontrar. Esto implica todo un problema no fácil de resolver.

El segundo rasgo (de propósito, en una puntuación no exhaustiva y poco ordenada para no desvirtuar el carácter fragmentario de nuestra investigación) es el que históricamente primero localizamos como se constata en muchas páginas de “Pagar de Más” o en muchos pasajes de “El Niño del Significante” (6), Es un trastorno en la problemática del juego del carretel o del fort-da; aparece en estos niños como una adquisición precaria, no satisfactoria, poco desarrollada, del jugar con la presencia y la ausencia; sobre todo el ida y vuelta, la alternancia entre esa presencia y esa ausencia, que normalmente se despliega en tantos juegos de allá/aquí, acercamiento/alejamiento, esconderse/reaparecer. Para decirlo de una manera bien clínica: esto lo encontramos descuajaringado, no constituido; y tan notoriamente que pronto llama nuestra atención. Un tercer aspecto se deduce en buena medida del anterior; niños que requieren mucho de la presencia concreta de otra persona, del auxilio ajeno para decirlo en el viejo lenguaje freudiano; y requieren mucho de lo visual en ese sentido, como lo indica el paciente que primero presentamos. Ver al otro a su lado, es un requisito demasiado fundamental. Esta necesidad se manifiesta en múltiples pedidos de ayuda. Característicamente, los padres nos comentarán: “si hago los deberes con él es una cosa, la letra es mejor; si lo dejo solo, la letra es un desastre”. Primera ocasión para un ejercicio de diagnóstico diferencial: la hipertrofia de lo visual, la condición de estar siempre en el campo de la mirada, y por eso mismo el ser niños adhesivos, excesivamente presentes y excesivamente atentos a nuestra presencia, debe cuidadosamente deslindarse de la formaciones depresivas donde el paciente también depende de la mirada y la presencia efectiva del otro, pero en búsqueda de una aprobación nunca terminada de escribirse, en el sentido, entonces, de un vano acopio de suministros para la regulación de su autoestima; y diferenciarse  también de una sobre investidura de los visual cuando emprende una dirección más ligada a la seducción, al exhibicionismo, más o menos corriente o un tanto neurótico.

En lo que nos ocupa se trata mas bien de que el otro lo ordene, de que la mirada del otro, su presencia efectiva, funcione como un ordenador de su experiencia, sin el cual ésta fácilmente cae en la desorganización, y en un muy característico descontrol motriz, que no pocas veces toma apariencias hiperquinéticas.

Otro rasgo a tener en cuenta, es el que señala Sami-Ali como “ausencia global de marco de referencia”, restituido en el recurso al otro. Al respecto, es tiempo de puntualizar que la calificación, el apelativo de ‘indiscriminado’, del que se usa y se abusa con estos niños, (por ejemplo, en referencia a su decir ‘vos’ queriendo decir ‘yo’, índice elocuente de una especularidad demasiado fija, demasiado irreversible), él mismo es en su tosquedad descriptiva un término indiscriminador, que revela mejor la indiscriminación del que teoriza que la indiscriminación de la que se quiere hablar. Más aun tratándose de niños, no es prudente empezar las cosas con ‘in’, con ‘a’, con ‘dis’, con ‘pre’ preferiríamos de un modo más matizado y que se ajusta mejor a los hechos de hablar de modos diversos de operarse la discriminación, que aquí cobra la forma en que el niño se discrimina siempre y solamente desde el punto de vista del otro, (entendiendo que hay otro que puede ser a veces un par que él valorice y otro asimétrico, otro adulto con el cual entabla una relación significativa). Precisar y desplegar calidades de discriminación que tiene sus límites, sus limitaciones, parece más fino que el rótulo groseramente asestado de indiscriminación a secas que después termina por no dejarnos saber de qué hablamos y nos imposibilita diferenciar las formaciones entre sí.

Existe otra característica  también levantada por Sami-Ali, uno de los autores que más elementos nos ha dado para trabajar en éstas formaciones: la que él llama simplificación, refiriéndose a lo esquemático, a lo pobre, a lo tosco, en las producciones de estos niños. Nos será relativamente sencillo encontrarla en el dibujo de figuras humanas sin sutileza, en la calidad de su letra, cuando escriben, o en el contenido de sus juegos. Digamos por de pronto que no se distinguen por su complejidad.

Intentando ahora puntuar cierto trastorno en la secuencia de jugar, tomaré prestada una expresión de Marisa Rodulfo, justamente porque luego me interesará darle toda su resonancia teórica, y me refiere a un jugar que se diluye a poco de empezado, dilución que con frecuencia se manifiesta en un tocar todos ‘los chiches’ sin jugar realmente con ninguno. Así, el armado de escenas suele ser pobre o rápidamente perder su consistencia narrativa, diluyéndose en motricidad porque sí. Por esto mismo y por la ya expuesto, será frecuente que lo mejor de la actividad lúdica se dé como dramatización, cuando apela al recurso de sostener una escena confiándonos un papel teatralizado o una serie de ellos. De este modo las cosas se vertebran mejor para el niño. Por otra parte, las ventajas, de esta apertura a lo intersubjetivo, tan propia del trastorno, se ven equilibradas por un existir demasiado abierto a lo intersubjetivo; se vuelve difícil desarrollar sus propiosconflictos. El trastorno así expuesto interfiere con el conflicto en el sentido de trastorno intrapsíquico, el conflicto sea neurótico o el tratamiento de una manera más saludable (es decir, sin la necesidad de formaciones de síntomas permanentes). Winnicott ha dicho al respecto algo capital: cuando el niño tiene un conflicto, -incluso y aún cuando este conflicto se ha estereotipado como formación verdaderamente neurótica tiene algo propio, accede a la posibilidad de lo propio de fácilmente se desplaza a lo enigmático. ¿Cuál será la significación de ese conflicto, de ese sistema? En cambio, los niños de los que hablamos no son enigmáticos. (Esta situación es distinta cuando se trata de un niño neurótico que además presenta adosada una cierta zona de trastorno narcisista no psicótico).

La cuestión de la organización, del ordenarse desde el otro implica una gama de matices a condición de no perder de vista esta dirección predominante. Si consideramos para el caso la ordenación del pensamiento, no nos extrañará  entonces encontrarla exterior al pensamiento mismo. Restituye secuencias por apelación a lo corporal, como si dijéramos: habiendo eslabones de pensamiento que quedan vacíos, posiciones del cuerpo vienen a reemplazarlas, cobrando valor asociativo. Imposible no citar en este contexto el caso de la señora P., testimonio muy brillante, tal como lo recoge y procesa Sami-Ali (7). La señora P, no contará que si ella quiere acordarse de algo que deja olvidado, cosa que le ocurre continuamente, tiene que ponerse en la posición tal cual estaba cuando iba a hacer eso; entonces, en esa posición corporal, recuerda. Análogamente, otra paciente, para orientarse en un dibujo que está realizando utiliza sus manos, no para dibujarlas como tema de su creación, sino sus manos fuera del dibujo, dándole a este una referencia que su propia disposición no podría encontrar. Es esta una dimensión que nos conduce a lo que la señora P.  designará de una manera muy interesante: “tengo la cabeza vacía”. Detengámonos en ese vacío, y pensemos que entonces a esta cabeza vacía tiene que responder un cierto lleno de cuerpo para salvar ese eslabón faltante (retengamos esto, que va tener máxima importancia a la hora de la teorización).

Otra impresión clínica, que también Sami Ali ha recogido y que nosotros siempre confirmamos, es que los caminos del pensamiento son muy lábiles, son trayectos que se hacen y se deshacen (de ahí las problemáticas de aprendizaje tan apremiantes). Quien les enseña algo o les interpreta algo, o que trabaja con ellos en algún sentido, hará la experiencia de lo que popularmente se dice como ‘escrito en el agua’, escrito inestable que siempre se vuelve a deshacer. Es una de las razones por las que con mucha frecuencia también, vamos a encontrarlos recurriendo  a estereotipias, a acciones estereotipadas a fin de organizarse, acciones estereotipadas que llevan el sello de la obsesividad, en la dirección de una actividad de liga o intento de liga motriz ritualizado, puente sobre el vacío que desborda en mucho el campo de las neurosis obsesiva y sobre todo muy ajeno a la “loca” obsesionalidad de la neurosis, aunque se la suele confundir sin más recaudos. Sami Ali habla al respecto de ‘seudo-obsesividad’, yo prefiero hablar de ‘obsesividad’  y reservar para las neurosis obsesivas el término de ‘obsesionalidad’. A veces uno se pregunta si no son estereotipos de corte autístico incluso, como los rituales a los que nos tienen acostumbrados los niños de esa condición, pero sin olvidarse las claras diferencias en cuanto al diagnóstico diferencial: una es la ya mencionada apertura que al otro tiene los niños del trastorno, esa apertura que dijimos excesiva y que además conlleva otro tono afectivo; se trata aquí siempre de patologías calientes y no patologías frías como la del autismo. Por otra parte una posición de escritura decisiva es el primer niño invariablemente usa al otro para organizarse, lo cual es enteramente ajeno al autismo, que lo usa sólo y a lo sumo para obtener una sensación. También se diferenciará de un niño de tipo de los que Tustin ubica como psicosis confusionales, porque no está en juego, el niño con trastorno, un enredo a nivel pictogramático con el cuerpo del otro, sino de cierto uso especular del otro, del otro como espejo para orientarse, lo cual es muy diferente. Sin olvidarse que no les encontraremos trazo alguno de pensamiento o de potencial delirante (siguiendo las conceptualizaciones de Aulagnier), ni tampoco de actividades alucinatorias.

Prosiguiendo éste primer esfuerzo, rastrearemos otros elementos diferenciales en la rigidez con la que se configuran ciertos trayectos, más allá de los cuales el paciente ‘no ve’ a su alrededor, urge desmarcar el principio tal fijeza con la de los trayectos fóbicos.

La misma señora P. que nos ha guiado ya, describe en detalle cómo a fin de no perderse, organizaba secuencias para  ir siempre por los mismos lugares, dar siempre los mismos pasos; extraer su moraleja de la única vez que quiere cambiar de calle para ir a un lugar y se extravía, aunque está en su barrio. En términos de apariencias se podría encontrar lo mismo en un fóbico, pero un lo mismo que no es igual. En la fobia, el trayecto se destina a evitar la angustia asociada al perderse, pero el paciente jamás de pierde; mientras que, en cambio, el sujeto del trastorno efectivamente se pierde, y no es el desarrollo de la angustia lo que cuenta. Correlativamente, la categoría del acompañante –que también está presente en la medida en que estos niños permanentemente demandan compañía, toleran muy mal la soledad y nos requieren todo el tiempo para cosas que en general podrían hacer por sí mismos experimenta un desplazamiento respecto del objeto acompañante fóbico. Probablemente, es mejor separarla conceptualmente y hablar de acompañante narcisistaEl acompañante está encargado de organizar los cuadros corporales y temporo-espaciales del acompañado y no como el acompañante fóbico consagrado a protegerlo de la emergencia solitaria de su desear.

La cuestión en juego es otra, pero una fenomenología superficial se pueden confundir y superponer. Para evitarlo, hay que aprender a reconocer el relato de uno y otro. Al del trastorno le escucharemos decir que sabe ir a un lugar, pero no sabrá reconstruir el camino de su abstracción ni sabrá cómo se llama el lugar, (y esto desde ya se encuentra en muchos pacientes adultos), de que calle se trata, etc. De explicarlo, tendría que ser como para que lo entendiera una hormiga, tres pasos para allá, y dos pasos para acá . . . aunque, ya mayores, lean un plano y parezcan comprenderlo luego no lo saben usar, lo  cual implica que hay una cierta disyunción (punto que luego trataremos de precisar un poco más) entre lo que diríamos el plano de trazo y el plano del cuerpo. El trazo no se puede incorporar el propio cuerpo o dicho en otra dirección (8) no pueden llevar el cuerpo de una hoja; y aquello que he llamado en otro lugar escritura de caricia, no lo pueden leer en una hoja, en un mapa, es un saber ir a un sitio, no se integra, no se reformulan entre sí. Poca o escasa o nula función anticipatoria de lo imaginario, por lo tanto, y por eso mismo el aprendizaje entero se constriñe y se reduce al ensayo y error, al ‘a ver si me sale’.

Esa eminente función anticipatoria (a veces tan desgraciadamente vuelta contra sí en las neurosis y las depresiones) que especifica lo imaginario se encuentra atrofiada o muy poco desarrollada, lo cual ya nos permite entrever más pliegues en la problemática de la torpeza. La torpeza no sólo es una cuestión motriz, implica, como lo ha bien planteado ya Sami-Ali, cierta torpeza de lo imaginario mucho más radical.

NOTAS

1 Referencia al Encuentro psicoanalítico interdisciplinario organizado por la Fundación Estudios Clínicos en Psicoanálisis, la Fundación Diarios Clínicos, el Lic. Juan Carlos Fernández y celebrando del 5 al 8 de noviembre de 1992.

2 Y agradeciendo a la Lic. Mónica Lucio el “préstamo del material y de sus propias reflexiones”.

3 Se podría evocar el texto “sobre la justificación”, que emprende Freud separando delicadamente un complejo que llama “neurosis de angustia” del campo que se conocía como “neurastenia”. Este deslinde abrió el camino a toda la indagación psicoanalítica posterior respecto a las fobias y, no menos importante, ubicó a la angustia en tanto afecto en una posición relevante para el trabajo clínico. Por otra parte – y pese a los esfuerzos del mismo Freud- la angustia será la formación que desbordará insistentemente la divisoria de aguas que aquel postulara contundente entre neurosis actuales y psiconeurosis. La angustia como fenómeno arruina sin cesar esta distinción, lo que finalmente Freud no deja de, con cierta reluctancia, recoger en Inhibición Síntoma y Angustia, casi 30 años más tarde.

4 Al respecto, remitimos al excelente libro de Alfredo Jerusalinsky y Colab-. “Psicoanálisis en problemas de desarrollo infantil” (Ed. Nueva Visión). Entre los escasos aportes psicoanalíticos al tema.

5 “Cierta” porque se le encuentra específicamente en el carácter del trastorno, en lo que lo distingue de un síntoma. No en cambio globalidad de los subjetivo: el niño con un trastorno no es, en principio, todo trastorno. Lo tiene pero no lo ‘es’. Esta imprudencia en cuanto al ser constituye lo más problemático de todapsicopatología.

6 Pagar de más Ed. Nueva Visión, producto colectivo por mí compilado de la Cátedra de Clínica de niños y adolescentes (Facultad de psicología), UBA). El niño y el Significante, Ed. Paidós, solo de mí firma. V. en particular en capítulo9).

7 Cuerpo real, cuerpo imaginario, Ed. Paidós. Cap. “Cuerpo y tiempo. Elementos para una teoría psicoanalítica del tiempo”.

8 Aludo con éstas diferencia a un modelo de tres espacios (campo materno, espejo, hoja) y tres operaciones correlativas (caricia, rasgo, trazo). Modelo de escrituras de los procesos de subjetivación como procesos de escritura, donde la palabra toma su lugar, pero no  de centro. Se lo encuentra presentado y desplegado en un largo seminario dictado por mi durante 1989 en la cátedra dicha supra, con el título –luego desplazado a un libro con otros contenidos- de Estudios Clínicos I y II.Ed. Tekné y Ed. Centro de Estudiantes de Psicología. En su propio texto. “El niño del dibujo”, (Ed. Paidós), Marisa Rodulfo también lo emplea y lo comenta.