Diversidades. La función materna, su importancia en la primera infancia y en la educación, continuación.
Por Vanesa González-Rizzo Krasniansky
Mundo actual y familias, un nuevo lugar para la función materna
En las últimas décadas hombres y mujeres jóvenes han reinventado sus relaciones, el matrimonio se ha puesto en duda y eligen unirse libremente.
Las sociedades de convivencia y el matrimonio entre personas del mismo sexo también han impactado en la configuración familiar. Son múltiples los patrones que podemos encontrar en la actualidad y responden a los cambios históricos y culturales, a las necesidades propias de la época, en las que pensar en futuros lejanos; construcciones eternas, resulta poco real.
Los hombres y mujeres jóvenes establecen compromisos diferentes, tienen nuevos modelos a seguir, sus prioridades se transforman y claramente no corresponden a los preceptos de siglos anteriores, ni a mandatos únicos. El rol de las mujeres en la sociedad también ha variado, su presencia en los espacios públicos ha estimulado una novedosa relación entre los géneros.
Para pensar en los vínculos actuales hay que incorporar varios universos de manera simultánea, desde las nuevas posibilidades de concepción humana como la fertilización in vitro; que separan aun más la idea de coito y engendramiento, hasta las tecnologías cibernéticas; las redes sociales mediante Internet. La brecha entre la sexualidad humana y la biología es cada día mayor. Las relaciones que provoca la tecnología entre las personas son particulares, tienen códigos específicos, e impactan en la construcción social y en las formas de hacer familias
El desafío radica en cómo nos involucramos con los nuevos valores, relaciones y personas, si hemos crecido con las ideas tradicionales de lo que es y no es una familia o, una madre. Cómo al pertenecer al universo de la educación, por ejemplo, formaremos a las nuevas generaciones y acompañaremos las diversas problemáticas que se presentan, cuando nosotros no tenemos del todo claro este universo y lo desconocido nos provoca miedo. ¿Cómo acomodar nuestro mundo interno, frente a los desafíos del mundo externo?
La tarea no es fácil.
Es mayor el reto al pensar que dentro del vínculo inicial requerido para tener existencia humana, no se necesita a una mujer, sino la función materna, en la que no importará el sexo de quien la realice.
Aportación psicoanalítica para la función materna
Desde el punto de vista psicoanalítico, el acento está colocado en la vida psíquica que tiene mayor alcance estructurante que la filiación biológica. No importaría tanto quién o quienes llevan a cabo la función, sino cómo es ejercida, y cómo es recibida en el medio ambiente circundante.
Nos interesan los procesos internos, y es desde ese lugar desde el que cobrará importancia lo externo. El cuidado por el objeto dependerá de la realidad psíquica de quien lo lleve a cabo, de su mundo interno, su “aprendizaje por la experiencia”, del vínculo que logre establecer con la belleza, el misterio y la pasión (Meltzer, 1990). En este punto de vista no resulta sustancial el objeto que se elige para vivir la sexualidad, sino la calidad que tendrá el vínculo, y para conocerla hay que incluir el universo inconsciente, las fantasías que nos atraviesan. El recorrido por la vida, la historia que cada quien tiene y se cuenta, son los ingredientes que usaremos para reunirnos con otros.
Donald Meltzer tiene interesantes planteamientos sobre el tema, los llama los «estados sexuales de la mente» y dice que cada persona vive en su interior principalmente desde un estado sexual, que tiene relación con la estructuración psíquica que lo conforma. Plantea tres estados sexuales: el infantil, el adulto y el perverso. En cada uno de estos se configurará la sexualidad de manera distinta, pero también la vida se asumirá de modos diversos. No son estáticos y cualquier relación, ya sea interna o externa, tendrá como alimento diferentes emociones que estarán regidas por nuestro «estado sexual de la mente». De forma esquemática mencionaré algunos rasgos de cada uno de los estados:
En el estado mental dominado por la sexualidad infantil podemos imaginar a un niño y una niña que juegan a ser adultos y compiten con sus padres. No tienen en realidad ninguna preocupación uno por el otro y practican una sexualidad promiscua. El exhibicionismo, los celos, la envidia son las emociones de base. La actividad sexual es concebida como juego infantil y está gobernado por la excitación, la angustia y la culpa edípicas, aunque el propósito no sea el daño del otro.
En la sexualidad perversa las conductas pueden ser idénticas a las observadas en la sexualidad infantil o en la adulta, pero la intención es de daño: su fin es destruir al objeto elegido; no existe la culpa y lo que prevalece es el sadismo. Se ataca cínicamente la creatividad de los padres internos. Las condiciones predominantes son la mentira, el robo, la violencia; la maldad, el cinismo y la destructividad, todo ello presentado como lo bueno. La confusión entre el bien y el mal lleva a la inversión que las brujas de Macbeth anuncian como su divisa: “Lo malo es bueno y lo bueno es malo”.
A la sexualidad adulta le interesa la relación de privacidad, intimidad, humildad. A diferencia de la sexualidad infantil, en la que se juega, aquí se “trabaja” junto con la otra persona en el cuidado mutuo. Dominan la necesidad y el deseo. Para este estado es fundamental la belleza, la verdad, la confianza y la bondad.
Para la sexualidad adulta, una relación íntima implica un conocimiento mutuo constante en una búsqueda continua de respuestas que nunca se terminan de alcanzar. Implica soportar el dolor que produce la verdad, tolerar el dolor y la frustración de aprender de las experiencias emocionales.
Lo que se requiere para que la función materna se lleve a cabo de la mejor manera son personas que puedantrabajar en el cuidado por el bebé, personas en las que prevalezca la sexualidad adulta y que recubran al pequeño con los elementos para permitir que el mundo interno tenga el alimento necesario al crear su propio aparato de pensamientos, que le sea posible ubicarse en un universo simbólico frustrante que permita tolerar la incertidumbre, conocer la belleza.
La idea de función en la crianza, valorando el mundo interno y los vínculos que se gestan en él, se sintetiza en el siguiente comentario: “Por supuesto que las llamadas funciones materna, paterna, implican modos de relación con el niño, con circulación simbólica y libidinal. No son puros significantes, pero tampoco están definidas exclusivamente por la presencia del cuerpo real en su unidad anatómica sino por los modos erógenos que éste toma en el encuentro, y las formas representacionales con las cuales los discursos instituidos lo significan. Lo que hoy llamamos funciones materna o paterna no pertenecen necesariamente a los actores que tradicionalmente las han ejercido.” (Rotenberg, 2007)
Es así que regresamos a las familias en las que el abuelo se queda a cargo de los bebés, las compañeras de una nueva relación crían a hijos que no fueron paridos por ellas. Las mujeres trabajan y los hombres se quedan en casa, son ellos quienes dan los alimentos a sus pequeños. Parejas de homosexuales y lesbianas crían hijos y realizan estas funciones. Las maestras de las escuelas cubren las carencias de los hogares, las cuidadoras de las guarderías están con pequeños que tienen días de nacidos por muchas más horas que sus madres biológicas y al alimentar con leche a cada bebito, también nutren su realidad psíquica.