Diversidades. La función materna, su importancia en la primera infancia y en la educación.[1]

Por Vanesa González-Rizzo Krasniansky

El presente texto centra a la función materna como precursora del crecimiento mental en la primera infancia. Desde una perspectiva psicoanalítica, se desarrollan conceptos sobre la nueva configuración de familias, el trascendente papel de la educación y las modificaciones que se están llevando a cabo en torno al rol de la mujer como única persona posible para desarrollar la crianza en la niñez. Se incorporan interrogantes sobre el papel de la psicología, la psiquiatría y la pedagogía alrededor de las diversidades que propone el mundo actual.

Descriptores

–Función materna.
–Vínculos en la primera infancia.
–Diversidad familiar.
–Psicoanálisis.
–Educación contemporánea.

Diversities. The maternal function, its importance in first infancy and education.

This text centers the maternal function as a forerunner in mental growth at first infancy. From a psychoanalytical perspective, new concepts of family’s configurations are in development, the transcendent roll of education and the changes in concepts like the woman as the unique person to upbringing infants. Questions about psychology, psychiatry and pedagogical challenges around the diversities in the contemporary world, are proposed.

Tags

–Maternal Function
–First infancy bonds
–Family diversity
–Psychoanalysis
–Contemporary education

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Diversidades. La función materna, su importancia en la primera infancia y en la educación.

Vínculo y pensamiento

Son muchos los psicoanalistas que han trabajado la importancia de la madre para la vida psíquica en la primera infancia. La función materna es uno de los pilares del trabajo psicoanalítico, su importancia radica, entre otros aspectos, en la posibilidad de tener existencia como persona en un universo simbólico y pensante.

Quisiera detenerme en algunas ideas que desde esta perspectiva ilustran dicha función.

  1. R. Bion desarrolló una teoría sobre la posibilidad que tenemos los seres humanos de pensar a través de los primeros vínculos con la madre. Será ella quién brindará las herramientas internas para que cada bebé comience a crear su “aparato para pensar pensamientos”. (Bion, 1963) Plantea la idea de que los pensamientos pululan en el espacio y se necesita construir un aparato que logre pensarlos.

Quiso dar cuerpo a la abstracción construyéndole un modelo. Escogió la experiencia alimenticia de la fase oral y formuló una especie de mito sobre los orígenes del pensamiento. Hacía, en definitiva, derivar a la capacidad de pensar del aparato destinado por la naturaleza para tratar las sensaciones sensoriales provenientes del tubo digestivo. El pecho provee al bebé, por un lado, de leche, y por el otro de sentimientos de seguridad, de bienestar y de amor. La madre aporta la leche con sus glándulas mamarias. El bebé recibe la leche y la trata con su tubo digestivo.

Dicho de otra forma, no podría haber ni aprendizaje por la experiencia ni crecimiento mental sin un contenido maternal en el origen. “El aparato para pensar y el aparato digestivo tienen orígenes comunes, por cuanto ambos han tenido originalmente que lidiar con impresiones sensoriales relacionadas con el canal alimenticio: la leche que se mama y alimenta, y el afecto que proporciona la presencia del ‘pecho bueno’, llegan al unísono.” (López Corvo, 2002) El pecho provee leche y junto con ella varias emociones que podrán ser objetos internos buenos.

La ensoñación de la madre se desarrolla de modo complementario en dos registros: emocional e intelectual (los diferenciamos sólo por necesidades de la exposición porque están, en realidad, inextricablemente vinculados). El reverie materno es un estado particular de la consciencia que le permite a la madre ser receptiva a las necesidades del bebé, es un estado de ensoñación que posibilita el intercambio y la comunicación de amor entre ambos.

Bion dice: “La capacidad de reverie de la madre es considerada aquí como inseparable del contenido, porque claramente uno depende del otro. Si la madre que alimenta no tiene capacidad de reverie o si el reverie se da pero no es asociado con amor hacia el niño o su padre, este hecho le será comunicado al lactante aunque le resulte incomprensible. Se impartirá a los canales de comunicación —los vínculos del niño— la cualidad psíquica. Lo que suceda dependerá de la naturaleza de estas cualidades psíquicas de la madre y su impacto sobre las cualidades psíquicas del lactante, porque el impacto de uno sobre lo otro es una experiencia emocional, susceptible, desde el punto de vista del desarrollo de la pareja y de los individuos que la componen, de ser transformada por la función-alfa…” (Bion, 1977)

La madre modula la vivencia emocional. Su empatía la hace conocer o adivinar la naturaleza de los sentimientos y de las emociones; se da cuenta si deben atenuarse o mitigarse. Cuando todo ocurre bien, una madre comprensiva se adapta a las necesidades de su bebé. Al mismo tiempo que responde de manera adecuada, lo ayuda a descubrir lo que son. ¿Qué pasaría si, sumergida en el miedo de ser una mala nodriza, le metiera el pecho (o un biberón) en la boca cada vez que manifestara un malestar? Si este bebé siente una necesidad inmediata de evacuar el aire de su tubo digestivo, su incomodidad se acrecentará y será el principio de una confusión entre los registros emocionales y cognitivos. La madre responde correctamente si se da cuenta de la necesidad, o si, en el caso de varias necesidades, descubre la más urgente. Actuando así, la madre abstrae, por así decirlo, la necesidad más urgente de un desorden de confusión. Más adelante, el bebé interiorizará esta manera de proceder y podrá pensar por sí mismo.

Desde esta teoría no se puede concebir una experiencia emocional aislada de una relación. El vínculo con la madre establece la posibilidad del bebé para aprender de las experiencias emocionales que vaya viviendo.

La madre será continente de las emociones que el bebé proyecte, las recibirá, usará su aparato para pensar (función alfa) y las devolverá al hijo (elementos alfa) para que comience a usar esos contenidos dentro suyo, lo que ella devuelve son emociones tolerables para el pequeño. El mecanismo no tiene fin y de a poco va creciendo en el interior del bebé, es decir, sus espacios emocionales se irán ensanchando.

La madre tiene que poder soportar la incertidumbre, tolerar no saber lo que se encontrará, ni querer conocerlo todo[2]. Las distintas características que la función materna debe poseer para realizar de buena manera su tarea implican una sumatoria de cualidades que atiendan no sólo las necesidades materiales del bebé, sino fundamentalmente las necesidades emocionales.

Como se atrevió a afirmar otro gran psicoanalista que además fue pediatra: «No hay una cosa tal como un bebé», queriendo decir que si uno se propone describir un bebé, se encontrará siempre con que debe describir a un bebé y a alguien. Un bebé no puede existir solo, sino que constituye una parte esencial de una relación. (Winnicott, 1947)

Una vez que hemos reflexionado en torno a la importancia que tiene para la vida de un nuevo ser la existencia de otra persona que brinde los cuidados elementales, y junto con ellos pueda dar un buen sostén, cubrir con palabras el cuerpo del pequeño, alguien que brinde amor y emociones placenteras, que ayude a comprender los momentos en los que hay que soportar dolor psíquico, podemos aventurar las siguientes preguntas: ¿es la madre biológica la única que puede realizar este papel? ¿Debe ser una mujer la que se encargue de un bebé al comienzo de la vida?

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[1]
 Publicado en Temas Selectos de Orientación Psicológica. Vol. V ed. Manual Moderno, University of Scranton, Universidad Iberoamericana. 2011

[2] Se relaciona con la idea de capacidad negativa, desarrollada por el mismo autor.