Del aullido, el susurro, el llanto a la palabra.
Estructuración del lenguaje en niños psicóticos*
por Ana María Fabre Y del Rivero
A propósito del sentido de las alucinaciones auditivas de un paciente afectado también de psicosis autista, con una clara tendencia a la esquizofrenia, mencionaré a Carola, niña ciega de nacimiento por microftalmia, con ese caminar tipo crustáceo que menciona la doctora F. Tustin sobre ciertas formas de autismo, hablaba con la voz del susto al tiempo que decía pasa Caro y le agarra la pierna radio fantástica ¡iiiiii ooooo; y hacía referencia también en distintos momentos de las sesiones a la noquisi y a sus luchas contra i o. La no qui sí no quiere a i o bien i no quiere a la no qui sí. Al fin pude asociar ese i o el terror fóbico a mostrar alrededor del aparato para calentar mamilas. En cuanto escuchaba su ruido procedía a desorganizarse, quería huir, salir precipitadamente del lugar y empezar a golpearse o a golpear a los demás. Ese calentador de mamilas era del su hermanito. Era del niño. Cuando pude poderle nombre a ese i o, radio fantástica dejó de atacarla, pudo hablar de sus celos, de su odio al hermano que había nacido cuando ella tenía 9 años.
Este niño normal, había paliado en mucho la herida narcisista que había causado a los padres el nacimiento de esta pequeña.
No quiero, a pesar de las limitaciones propias del tiempo de este trabajo, dejar de lado la importancia que reviste la voz como representante, o lo que toma el lugar del superyó persecutorio, que tendría que ver desde una perspectiva teórica con el superyó maternal de la obra de M. Klein, por un lado coincidente con el así designado superyó como figura obscena y feroz dentro de la conceptualización lacainiana. Pero, es también importante resaltar los trabajaos de Rosolato en La relación de lo desconocido en lo concerniente a la voz entre el cuerpo y el lenguaje, ya que es justamente aquí en donde se realiza el trabajo analítico con el paciente. El tono de voz que ella utiliza para describir estas alucinaciones es una voz como de película de horror, el significado oculto o disfrazado de ii oo, tiene que ver con el odio a su hermano por quien se sentía desplazada en el afecto y cuidado de los padres. Llena de fantasías de daño y destrucción contra él y una vez descubierta la palabra encubierta por esas dos vocales aparentemente sin sentido alguno, ella puede empezar a hablar de los motivos de odio: “Regina, la cena del niño”, “¿dónde está la pijama del niño?”, etcétera.
Paso ahora a mostrarles otra viñeta clínica de una pequeña cuyo tubo neural había cerrado de manera incompleta, presentaba también un caminar espástico. Existían varias evidencias de daño neurológico que la madre omitió mencionar en todas las entrevistas previas al inicio del tratamiento. La pequeña, de siete años de edad, venía acompañada de una valoración diagnóstica concerniente a su cociente intelectual en el que se obtuviero0n resultados de desarrollo intelectual correspondientes a una nena de dos años de edad. Su historia correspondía a una tercera generación de psicopatologías graves, donde campeaban historias de orfandad y pérdidas. La madre, una mujer que manifestaba una gran depresión, al sonreír mostraba en realidad una mueca dolorosa y, pese a sus esfuerzos por negar y minimizar la severidad del padecimiento de Amelia, parecía también a ratos tremendamente agobiada por el peso de su enfermedad. Se le veía luchando entre reconocer, aceptar, entender por un lado y, por otro, la negación parecía enseñorearse a ratos de la situación.
La pequeña, presentaba inversión pronominal en las pocas frases que decía, ya que la mayor parte del tiempo estaba silenciosa, tirando los objetos en un juego sin palabras donde sólo ella parecía existir. No establecía contacto de ojos, parecía querer controlar/ destruir tal vez todos los juguetes del consultorio. No podía dibujar, ya que no establecía contacto con el papel y las pinturas, simplemente parecía como con desgano pintarlo todo, sin límites, salirse de la hoja y continuar sobre la mesa y la pared. Exhibía igualmente una serie de manierismos y de movimientos esteriotipados. No tenía tampoco, por supuesto, un esquema corporal que le permitiera saber en qué espacios cabía y en cuáles no. Confundía sus acciones con las de los juguetes, etcétera.
Tuve que hacérmela presente de manera forzada durante las propias entrevistas valorativas, atravesando mi cara entre la suya y el papel o los juguetes por ejemplo. Al principio yo parecía no existir, su mirada transparente me atravesaba, pasaba de mí a la pared o a los juguetes que puntualmente desperdigaba por todo el consultorio. También empecé a acompañarla en sus juegos, ella, aislada como permanecía, no acusaba recibo de mis aproximaciones hasta que en una ocasión, alrededor de la quinta entrevista, al advertir que yo no tallaba los caballitos del otro lado del sillón tejido de bejuco, volteó a buscarme y co un gesto y una especie de chillido imperativo demandó mi presencia. Posteriormente, una vez iniciado el tratamiento, la acompañaba mi voz, mi voz narrándoles en tercera persona las acciones que realizaba. No toleraba mucho mi proximidad física. Si le parecía que ya había estado yo mucho tiempo junto a ella, me empujaba con su pequeña mano obligándome a sentarme en el diván, pero también empezó a pedirme que le cantara. Las sesiones han continuado desde entonces, hace ya seis meses en esta modalidad en la que todo es cantando, pero quiero descartar que cuando se aproxima a mí a pedirme algo ese orden de aproximación y de contacto lo hace en secreto. Eso me ha llevado a acordarme del trabajo de la doctora Doltó con su Muñeca Flor y la niña que necesitó acercarse al oído para susurrar ahí su secreto. Ella ha empezado a jugar más y más, a buscar mi contacto que, como ustedes sabrán, va desde escupir en mi falda y luego tallar amorosamente su saliva en ella, a jalarme el cabello, pretender levantarme la falda, morderme las mejillas o la frente.
Jugaba mucho a zafarle la cabeza a la muñeca y luego darme esa cabeza a mí al tiempo que me pedía en secreto ¿me la pones a la muñeca? Tras la repetición de esta misma secuencia me animé a decirle que era ella quien quería que yo le pusiera la cabeza en su lugar. En ese tratamiento que recién se inicia si tenemos en cuenta el tiempo en psicoanálisis y la gravedad de su patología, pero es cierto que ella habla cada vez más, se ríe y ha empezado a salir a jugar con otros niños del lugar donde vive. No sé si la palabra jugar sea pretenciosa y obedezca más a mis fantasías de que empiezan a establecer los espacios transicionales para el juego y la ilusión tal como lo preconizó Winnicott. Pero quiero concluir con una cita de M. Klein donde afirma:
La función del analista (como demostró Lacan refiriéndose a M. Klein) es producir, verbalizando, una situación, la simbolización de una relación afectiva. A partir de ahí puede desencadenarse algo en el nivel de una llamada. En efecto, la intervención del analista, cuando es operativa, desaloja al niño de su posición de repliegue en una realidad inamovible. Lo que la palabra produce es un juego entre las formas imaginarias y reales de objetos 8.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- 7) LACAN, el seminario 3, La psicosis, Paidós, Barcelona, 1984, p.26.
- 8) MANNONI, M. De un imposible al otro, Paidós, Barcelona, p. 118.